ensayo

De la ilusión de realidad
a la realidad de ilusión


De la ilusión de realidad<br/>a la realidad de ilusión

Por Fabián Jalife
Partner de BMC Agilidad Estratégica. Coautor junto a Alejandro Melamed de "Tiempos para valientes" (Paidós, 2020)



"No existe nada más contagioso que el entusiasmo"
Samuel Taylor Coleridge

Noche del sábado 17 de diciembre. Mañana se define el Mundial y siento una emoción que nos embriaga como sociedad. La expectativa es intensa. Bella. Pienso: la Argentina vive por estos días una revolución de su estado de ánimo. Y, por supuesto, el humor social no va a transformar años de crisis y decadencia, con urgencias múltiples y problemáticas tan diversas como severas; aunque sin humor social a favor, toda expectativa de evolución es improbable cuando no imposible.
El fútbol en el mundo, y tanto más para las sociedades con necesidades primarias insatisfechas, es un vehículo de descarga emocional, un generador de catarsis colectivas. Ahora, reducir la impronta, el impacto y los efectos del fútbol argentino a las tensiones que generan las acuciantes necesidades actuales es no apreciar que la afectación y el amor de los argentinos por el fútbol no nacieron de las dificultades y que está fuertemente arraigado a nuestro ADN cultural. Nuestra idiosincrasia y nuestros rituales. Tal vez, como una de las más poderosas dimensiones de nuestro sentido de identidad. De eso que hace comunidad entre nosotros. Es decir, de eso que nos constituye, que nos arraiga en tanto construye lazo social.
Muy lejos está de ser el entretenimiento al que algunos pretenden reducirlo -una versión moderna del "opio de los pueblos" o un recurso de "pan y circo" para las masas incultas-: el fútbol en la Argentina escenifica dinámicas sociológicas y dramáticas psicosociales donde nos proyectamos, nos identificamos y nos reconocemos. Tiene eficacia simbólica. Construye a nuestros héroes. Rememora nuestras épicas. Nos da continuidad histórica a través de las generaciones. Se reproduce y retroalimenta en nuestros rituales. E impacta intensa y cualitativamente sobre el humor social.
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En este texto me propongo reflexionar acerca de lo que podemos aprender como sociedad, y en tanto responsables de la construcción de marcas, sobre el humor social, a propósito de los profundos vaivenes emocionales vivimos este año y de la fantástica experiencia emocional que nos tenía reservada la Selección de fútbol para el cierre. Algunos fenómenos son capaces de hundir moralmente a una sociedad, deteriorarla, sumirla en una profunda crisis de autoestima, desvalorización, fragmentación, anomia y hostilidad hacia el otro. Otros, como la trayectoria y el desempeño de nuestra Selección en un mundial, pueden volver a movilizarla, despertar sus mejores expectativas, motivar el amor entre sus miembros, cohesionarla en su sentido de pertenencia, entusiasmarla, ilusionarla.
Lejos estoy de ser un especialista en humor social pero, en base al proceso de nuestra Selección en el Mundial, planteo preguntas a propósito del cambio tan profundo que pudo generar en la intensidad y calidad de nuestro sentir colectivo y nuestros sentires singulares.
Hacia el mes de noviembre, unos pocos días antes de que empiece el Mundial, los argentinos experimentábamos un "pesimismo extremo". La caída en las expectativas sobre el futuro habían bajado hasta el 27% y el índice de optimismo ciudadano (IOC) llegó al 22%. Según los datos del Barómetro de la Opinión Pública Argentina (BOPA) realizado por la consultora Poliarquía, el humor social tuvo un marcado descenso en 2022, hasta alcanzar el nivel más bajo de los últimos veinte años.
El analista Alejandro Catterberg, director de Poliarquía, destacó en su análisis: "La política argentina no tiene diálogo ni consensos mínimos. Hay una sociedad con tristeza, incertidumbre y sin expectativas. Un contexto social de desilusión y bronca que se expresa en claras consecuencias: caída en la credibilidad del sistema político, dirigentes que no superan el 40% de imagen positiva y bronca hacia las élites. Hay una sociedad que está agrietada".
En este sentido mi estimado colega Guillermo Oliveto escribió unos días antes del Mundial de Fútbol: "La sociedad argentina atraviesa un momento opaco. Está mal y teme que las cosas puedan empeorar de modo imprevisto en cualquier momento. A diferencia de otras crisis que, a la distancia, hoy juzga durísimas, pero 'clásicas', encuentra una fisonomía diferente en el tiempo actual. Esta es una crisis agónica que devora expectativas, sueños y proyectos en etapas. Los argentinos se sienten en una especie de pantano. Hacen fuerza para no hundirse en el fango sin encontrar ninguna base sólida sobre la cual apoyarse para salir de ese terreno denso, espeso y amenazante. Algunos esbozan cierto optimismo un tanto vacío que no logran fundamentar más que en el propio deseo de que las cosas sean diferentes y en una cuestión de fe: 'Al final, siempre salimos'. Pero la gran mayoría se percibe rodeada de evidencias que la conducen al hastío, el hartazgo y la apatía. Para ellos la realidad hoy no solo ya no genera motivos para el entusiasmo, sino que trae una carga negativa que bordea lo tóxico. Desde ahí, no hay ningún futuro posible que les resulte alentador. La frase que resume ese sentir mayoritario está ganando una peligrosa densidad en las conversaciones cotidianas: 'Esto ya no tiene arreglo'".
El 85% de los argentinos desconfía de la política. Según una encuesta de la consultora Taquion, apenas el 16 % tiene sentimientos positivos sobre el futuro de la Argentina. En el segmento de edad por debajo de los 38 años, las expectativas positivas y el sentimiento de confianza y esperanza hacia el futuro es del 12%. El 85% de la generación Z (menos de 25 años) preferiría emigrar, si tuviera la oportunidad. Entre los millennials (25 a 38 años) el 75% se iría.
Esta epidemia de malestar se retroalimenta hasta plasmarse en expresiones lacerantes de la autoestima que se replican una y otra vez: la Argentina es un país "de mierda", inviable, en el que se vive mal y en donde la única salida es Ezeiza. Incluso algún dirigente tuvo el exabrupto de decir que "somos rejodidos, somos un pueblo de mierda...".
Lo cierto es que más allá de la percepción, en términos socioeconómicos la Argentina se ubica de "la mitad de tabla para arriba" en el ranking mundial. Aunque buena parte de los habitantes creen estar entre los más pobres y miserables del planeta. Así lo evidencia el artículo de Daniel Schteingart: "No somos un país de mierda". Pero percepciones son realidades, y es sobre este punto que quisiera interrogarme y profundizar en algunos de los aprendizajes del ciclo de Lionel Scaloni. Y cómo fue impactando en nuestras creencias y expectativas hasta hacerlas ilusiones.
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La primera pista ineludible es sobre el hit que encendió el entusiasmo colectivo y que rápidamente se viralizó. Es decir, se hizo contagioso de alegría en nosotros al expresarlo.
"Nos volvimos a ilusionar..." ¿Qué es lo que ilusiona a una buena parte de la sociedad desesperanzada, decepcionada, abandonada hacia un destino de declinación y decadencia? Pero antes: ¿qué es ilusión? ¿En qué consiste ilusionarse? ¿Cómo se hace? ¿Está bien ilusionarse? ¿Cómo evitar que una ilusión no decline hacia una experiencia decepcionante, donde ilusionados e ilusionantes no se sientan en deuda ni estafados? ¿Cuál es la función y la responsabilidad de los líderes en la salida de una crisis de autoestima?
Por supuesto no pretendo agotar el tema pero sí establecer alguna premisa clarificadora que nos permita distinguir de qué se trata el "poder vitalizante" de la ilusión, para salir de una crisis de escepticismo y desconfianza.
#ElijoCreer. Cuando vamos a la RAE para comprender de qué se trata el efecto de ilusión, nos encontramos con las siguientes definiciones: Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos. / Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. / Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc. / Ironía viva y picante.
Aquí podemos hacer una primera gran distinción. La primera acepción introduce el concepto de "engaño de los sentidos". En esta perspectiva se supone que hay una realidad verdadera y la ilusión forma parte de una suerte de engaño. Como en la magia, donde el mago es un "ilusionista", es decir, hace trucos, nosotros hacemos trampas para falsear la percepción de la realidad.
Cuando por exceso de fanatismo, rigidez o radicalización ideológica hablamos en el nombre de la verdad, del camino correcto o de la única manera de salir adelante, asumimos una posición que podemos definir como "ilusión de realidad". Esta nos hace creer que estamos parados frente la realidad como la única versión posible de los hechos. Y vemos las versiones de otros como falsas. Por error o por intención dolosa.
En este sentido la ilusión de realidad siempre es limitante, cuando no aplastante, porque se pretende dueña exclusiva del sentido de lo real. Produce un efecto de clausura y de dominio. Y exacerba su ataque descalificador a todo lo que la contradiga o se presente como alternativa. Los fanatismos y los dogmas contagian ilusión de realidad al punto de producir fenómenos hipnóticos. Ponen al otro en el lugar del chivo expiatorio y fuente de todos los males, alimentando la agresividad, el odio, la desconfianza y el prejuicio, y empujando incluso hacia la paranoia. Nuestro país tiene terribles antecedentes al respecto.
Ahora, cuando abordamos las otras definiciones de ilusión que nos propone la RAE, se abre el campo a lo que podemos definir como "realidad de ilusión", que sería todo lo contrario a la ilusión de realidad. Es el caso del proceso experimentado por la Selección, mediante el cual la gran mayoría de los argentinos nos sentimos "tocados". Aquí se enciende como una esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. Provoca un efecto de "viva complacencia".
Y este mismo efecto pone los actores "más picantes". Más irónicos respecto de la ilusión de realidad que hasta aquí los sometía. Más imaginativos. Más vitales. Tras perder con Arabia Saudita, Lionel Messi le dijo a la sociedad: "A la gente le digo que confíe. Este grupo no los va a dejar tirados". Toda una declaración de principios en la adversidad, frente a lo desafiante de un futuro incierto. Función de liderazgo. Sembrar confianza frente al desconcierto. Asumir la responsabilidad frente al paso fallido. Trasmitir determinación hacia lo que vamos a buscar.
Ya desde mucho tiempo antes, y con un pergamino conquistado en Brasil, Lionel Scaloni ratificaba los fundamentos de esta ilusión en ciernes: "Que el jugador te crea es más importante que el sistema táctico y la estrategia. Es importante que el jugador salga a la cancha convencido de lo que le dice el entrenador. Se hace más fácil cuando todos reman para el mismo lado y tienen una idea clara". Función de liderazgo. Establecer fundamentos. Instalar propósito y principios. Sembrar credibilidad. Ganarse la legitimidad. Provocar adhesión por identificación. Construir cohesión. Dignificar el sentido de pertenencia.
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Resumiendo, sociedad y Selección de fútbol presentan dos dinámicas bien distintas que provocan sentimientos muy diferentes y agitan representaciones casi antagónicas. Hay una sociedad escéptica, confrontada, agrietada, incitada a atacar de un lado y del otro. Hay una dirigencia e instituciones tanto más desacreditadas que legitimadas. Hay ilusiones de realidad en colisión agresiva y hostil. Desesperanza. Desánimo. Decepción. Los representantes degradan lo representado al punto que el decir ciudadano afirma: "Nos hace mierda". O al menos, nos hace sentir para la mierda.
En tanto en el proceso de la Selección argentina de futbol, los representantes encarnan lo representado como una épica que nos ilusiona porque nos concierne y nos incluye a todos.
Desde la "abuela lalalala", hasta los que quedaron excluidos de la lista de seleccionados o formaron parte de generaciones anteriores que son convocados para la acompañar la gran gesta de todos.
Desde los artistas que nos inspiran con sus canciones pegadizas, hasta los viajeros y su alegría en las tribunas, todos le devuelven al equipo una respuesta emocional que los contagia y los conmueve. Y por ahí vienen publicistas, periodistas y hasta habitantes de países asiáticos tan distantes y la vez tan cercanos, que también se ilusionan con nuestras ilusiones.
Hay un equipo que se rige por principios y convicciones. Que ama lo que se propone y que incluye en la épica a 45 millones de argentinos. A TODOS. Sin ninguna distinción. No se olvida de ninguno. No los carga como otras veces en una mochila pesada. Los siente propios y los lleva con ellos como responsables de la representación. No los usa. Nos abusa de ellos. No los maltrata. Los llevan con ellos. En comunión de propósito. Es un equipo en el cual los más corajudos hacen terapia porque son vulnerables y los que tienen estatura de leyenda se embarran juntos con los que recién empiezan. En el cual la máxima autoridad sale corriendo a contener las lágrimas exultantes de su hijo.
El grupo es uno solo con todo el ecosistema de almas que se funden en una ilusión colectiva que entrelaza pasión, amor, orgullo. Hay una comunidad que está dispuesta a dar lo mejor de sí y a vaciarse en el campo de juego, como enseña la grandeza de Luis Scola, de otra Selección que es como si fuera la misma. El sentir comunitario articula lo que pasa en la tierra con un "guiño" del cielo, donde está el prócer que en lugar de pesar como fantasma ahora apoya incluso con sus padres, sujetos de devoción, para que su legado lo trasciendan las nuevas generaciones de héroes.
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Dos realidades. La primera, plena de fantasmas que se disputan la "ilusión de realidad", espanta. La otra, la que siembra una "Scaloneta", que de ágil y contemporánea no adhiere a ningún esquema rígido y a ningún dogma esquemático, siembra "nuevas realidades de ilusión", poniendo el propósito en el centro del proyecto y los principios de inclusión, respeto, solidaridad, plasticidad adaptativa, sensatez, "desdramatización" y equilibrio emocional, en el centro del espacio de juego.
Dice el campeón del mundo Jorge Valdano que el fútbol, al globalizarse, se ha emparejado mucho en cuanto a sistemas de juego. Pero más allá de este efecto homogeneizante, hay una frescura que revelan las identidades locales relacionadas con el sentir de cada cultura y la representación que para ellos se juega en la gran escena del Mundial. Este sentir es lo más propio que tenemos. El rasgo que nos diferencia.
Si algo aprendí con el proceso que conduce Lionel Scaloni, es a registrar las emociones que me producen los fenómenos que me ilusionan y a distinguirlas de aquellas experiencias que me desencantan y liquidan mis ganas. Como dice una vieja premisa de marketing: la gente no nos recordará por lo que le dijimos sino por lo que le hicimos sentir. Por eso la escena que más disfrute del Mundial no es estrictamente de fútbol. Es de algo que lo excede y lo atraviesa y que concierne a la grandeza de la entrega y el sentido de gratitud con la que esta se reconoce y se dignifica.
Es Sofía Martínez hablándole en nombre de muchísimos de nosotros al gran capitán: "Se viene una final del mundo y si bien todos queremos ganar la Copa, quiero decirte que más allá del resultado hay algo que no te va a sacar nadie: atravesaste a cada uno de los argentinos. De verdad te lo digo, no" hay nene que no tenga tu remera, que sea la original, la trucha o la inventada, la imaginaria, y es verdad, marcaste la vida de todos. Y eso para mí (y para muchísimos de nosotros) es más grande que cualquier Copa del mundo. Eso no te lo va a sacar nadie, es un agradecimiento tan grande por ese momento de felicidad que le hiciste vivir a tanta gente. Ojalá te lo lleves en el corazón porque creo que es más importante que una Copa del mundo y eso ya lo tenés".
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¡Gracias totales, capitán de la ilusión! "Somos representantes de sueños y de ilusiones y no nos podemos olvidar nunca de ellos. Y tenemos que prestigiarlo en cada una de nuestras actitudes, para dejar bien sentado el orgullo y la dignidad de ser...", expresaba Alejandro Sabella. Cuánto por aprender tiene la dirigencia política sobre la función de los representantes en la ilusión de la representación.
Cierro esta reflexión, ahora domingo 18 por la tarde, con el sueño consumado. Lo escucho a Lionel Scaloni con lágrimas en los ojos y su hijo en brazos agradeciéndole conmovido a sus padres que le enseñaron a "no ir en contra de nadie, sino siempre para adelante".

Anuncian en la edición #148