Por Horacio Marmurek Periodista de cultura y espectáculos
La huelga en Estados Unidos viene siendo el tema ineludible a la hora de hablar de la industria
audiovisual en estos momentos.
No es un caso aislado pero sus antecedentes dan cuenta de un problema que tiene a la
tecnología como partícipe necesaria y, a veces, culpable.
Nadie imaginaba este escenario, guionistas y actores de paro, hace cuatro años cuando las
empresas se apresuraban a lanzar sus plataformas de streaming para competir con Netflix.
Quizás tampoco anticipaban estos conflictos en el comienzo de la pandemia.
Pero sí se podían atisbar cuando las películas dejaron de ir a las salas y pasaron a las
plataformas con los cines cerrados.
La historia del mundo del entretenimiento mainstream gira alrededor de los Estados Unidos
y sus vaivenes: sus decisiones inciden sobre los demás países, sus lobbies también. ¿Entonces
esta huelga pone en peligro al resto del mundo a la hora de desarrollar productos para las
plataformas?
La respuesta inmediata parecería ser no. Casi se podría decir que es todo lo contrario.
Ante el parate de todas las producciones que se desarrollan allá, el resto del mundo podría
resultar beneficiado. Si algo sucedió en el último tiempo fue que la globalización de contenidos,
de la mano de una necesidad voraz de productos, permitió una industria descentralizada en
muchos casos.
Netflix ha sido una impulsora de esos contenidos, se ha preocupado de darle el sello de
"contenido original" a no menos de una película o serie por año (cuando no las dos cosas) en
la mayor cantidad de países donde tiene presencia.
Es cierto que no convocan la misma cantidad de público global ni prometen ser el próximo
gran fenómeno, pero sirve para ir tirando. En el caso de algunos de sus competidores,
Discovery y Disney por ejemplo, los agarra con el paso cambiado. El primero porque estaba
reestructurándose y desprendiéndose de contenidos y proyectos hechos "in house"; el
segundo porque había cerrado producciones descentralizadas o en geografías más lejanas.
El reclamo de actores y guionistas desemboca después de meses de charlas y discusiones
que tienen fecha límite desde el primer momento en que se firman.
Las huelgas en Hollywood no son nuevas y son varias las que ocurrieron desde que el New
Deal de Roosevelt permitió a actores y guionistas asociarse en un sindicato.
Se habla de la huelga de los 60 que tenía entonces a Ronald Reagan como presidente del
sindicato de actores, primero por lo paradójico: quien lideró esa pelea, veinte años después
despidió a un montón de controladores aéreos por hacer uso de sus derechos laborales
para reclamar mejoras en su espacio de trabajo, y también porque fue quien peleaba con la
televisión por los derechos de imagen y repetición.
También existió la del 45, la de los 80 (por la aparición de los videos hogareños) y la del 2008
(por los derechos sobre los DVDs).
Esos derechos residuales son los que se discuten ahora.
La tecnología fue la que motorizó una explosión audiovisual en los últimos años. Y como
todo lo que se había discutido en esos convenios colectivos de trabajo quedaba anticuado, a
quienes manejan las empresas parecía no importarles demasiado que la fecha de renovación
llegara en cualquier momento.
Pero llegó.
En un momento complicado. Los meses previos a este conflicto laboral fueron de crisis en el
sistema de estudios y empresas que deben negociar estos contratos.
La merma en los suscriptores, los gastos incrementados por la sobre producción de originales
para las plataformas y la inflación global inédita antecedieron los meses previos al final del
convenio, primero de los guionistas (1° de mayo), después de los actores.
La cosa está espesa, dijeran en el barrio.
La última temporada de Black Mirror, la serie de Netflix que juega con las posibilidades más
oscuras de la tecnología, estrenó hace poco con un primer capítulo llamado "Joan es horrible".
En él Joan, una joven ejecutiva de una empresa tecnológica que está en pareja con alguien a
quien no quiere demasiado, llega a su casa a la noche y ve que estrenaron en Streamberry
(un símil Netflix) una serie que se llama "Joan es horrible" donde Salma Hayek interpreta a
una joven ejecutiva de una empresa tecnológica que está en pareja con alguien a quien no
quiere demasiado que llega a su casa y prende Streamberry donde Cate Blanchett interpreta
a una joven ejecutiva... Se entiende la idea.
El episodio se desarrolla mientras habla del uso de una Inteligencia Artificial que utiliza la
cara de los actores sin que los actores filmen nada y habla del consentimiento que dan los
protagonistas para ser utilizados sin capacidad de reclamo sobre sus cuerpos, ni de pago por
el mismo.
Hasta acá, la ficción.
Los actores en huelga, en el mundo real, contaron que el ofrecimiento existió. Pagarles por
un día de trabajo, escanearlos y después usar sus cuerpos digitales sin ninguna posibilidad
de nuevo pago.
Aquello de la ficción de anticipación se hace realidad. O se hace realidad porque alguien lo
ofreció y se hace público.
Lo cierto es que las demás demandas que exigen tanto guionistas como actores tienen que
ver con sus sueldos, sus percepciones por repetición y por saber quiénes ven cuanto de sus
programas.
Es bastante sintomático que cada aplicación tenga sus 10 más vistos. Lo que no sabemos es
qué significa estar entre los más vistos.
Se sabe que hay datos, lo han comentado más de una vez, de cuánto tiempo y hasta cuándo
se ve un producto en streaming, es decir cuánto tiempo vemos algo. Y sobre eso se deciden
algunas cuestiones como la continuidad o no de los mismos.
Pero ese dato para procesar y facturar a cada actor y actriz dicen que es imposible.
La política de no informar los nuevos ratings ha sido muy útil para el desarrollo de esta
nueva forma de la industria, pero se ha transformado en un mecanismo complicado para
quienes viven de la misma.
Esta huelga ha retrasado muchas producciones y alterado los calendarios de estrenos globales
de películas y series.
El modelo en crisis recuerda a la música, cuando las discográficas tenían ingresos pero los
músicos, no. No es que se haya solucionado la cuestión, simplemente se encontró un modelo
distinto. La vida del músico depende del merchandising y de los conciertos. Lo que ha alterado
para siempre la forma acceder a recitales. Pero eso es otro tema.
Es cuestión de tiempo para que se solucione el asunto del convenio colectivo de actores y
guionistas pero las tensiones no parecen hoy encontrar una salida rápida.
Mientras más se alargue el conflicto, más distancia temporal existirá hasta que llegue la
próxima serie o película. Y si el modelo de algunas franquicias se sentía agotado quizás,
cuando todo vuelva a su cauce natural, otros serán los conflictos.