opinión

La IA somos nosotros


<b>La IA somos nosotros</b>

Por Lalo Zanoni
Periodista especializado en comunicación digital y nuevos negocios.


Ya pasaron casi dos años desde la aparición de ChatGPT y ninguna de las predicciones catastróficas se cumplió. Por ahora. Como siempre, los agoreros del terror y el apocalipsis seguirán vaticinando el fin del mundo pero la realidad siempre les gana de mano. Seguimos vivos. Pero ellos, mientras infunden el terror, no se olvidan de venderte sus libros, sus charlas, sus columnas radiales, etc. El miedo vende desde que el mundo es mundo y no parece que deje de hacerlo en 2024. Pero no escribo esta columna para dedicarme a los tecno pesimistas sino para hablar de lo que sí nos trajo la IA generativa.

En principio, el contexto: estamos inmersos en la aceleración tecnológica más rotunda de la historia, una disrupción exponencial como nunca habíamos vivido. Hoy avanzamos a velocidades de cómputo, de adopción de aplicaciones y nuevas tecnologías, alcanzamos grandes escalas y cantidades que rompen récords de todo tipo. Recordemos que ChatGPT ostenta el récord de llegar a 100 millones de usuarios en apenas dos meses (el récord anterior lo tenía de TikTok, de 9 meses).
Y, en apenas un año, surgieron varios otros grandes modelos de lenguaje (como Copilot, Claude, Gemini, Grok, por mencionar algunos) que cada día superan su calidad de respuestas cada día. Apenas dos ejemplos: la versión GPT-4o supera en eficiencia en 12 veces más que la versión GPT-4. Y los chips de Nvidia son 1000 veces más potentes que los de hace 8 años y requieren 300 veces menos energía.

La ley

Sin embargo, esta fenomenal aceleración tecnológica no va en sincronía con temas que van mucho más lentos como la cuestión jurídica de la IA, el debate y los dilemas éticos que nos propone, nuestra interacción social con la IA y la manera en que la regulamos. Si bien hubo avances, en julio de 2024 el mundo sigue sin tener una ley que regule las cuestiones fundamentales de la IA. En varios países ya existen distintos proyectos de leyes, reglamentos, declaraciones, etc. En nuestro país, hay por lo menos tres proyectos en el Congreso. Pero Europa picó en punta, sancionando a fines de 2023 una ley (IA Act) muy amplia para reglamentar la IA y proteger los derechos de sus ciudadanos. Por ejemplo, prohíbe los sistemas de categorización biométrica que infieran atributos sensibles (raza, opiniones políticas, afiliación sindical, creencias religiosas o filosóficas, vida sexual u orientación sexual) y las aplicaciones y sistemas que supongan un riesgo inaceptable para las personas, como los sistemas de puntuación social gestionados por los gobiernos (como los que ya se utilizan en China). También prohíbe expresamente evaluar el riesgo de que un individuo cometa delitos penales basándose únicamente en presunciones por los perfiles o rasgos de personalidad. Esta ley europea entrará en vigencia en los próximos meses de este año.

Lo humano

En mi opinión, lo más relevante que nos trajo la IA no es un descomunal sistema de algoritmos capaces de hacer múltiples tareas por nosotros (y hacerlas bien), ni ChatGPT ni cualquier aplicación que la supere. Lo más importante es que la IA llegó para que las personas nos hagamos preguntas filosóficas profundas que en algún momento dimos por cerradas y ahora se nos vuelven a abrir como interrogantes. Por ejemplo: ¿Qué cosas nos hacen genuinamente humanos? Cuál es nuestra esencia, lo que nos diferencia de un robot o una máquina o un software? ¿Qué significa la conciencia y la inteligencia humana? ¿Puede una máquina tener verdadera comprensión o solo simularla?
Estas preguntas, que ocuparon el debate filosófico durante siglos, ahora en el contexto de la IA avanzada, toman una nueva urgencia. Porque en sus respuestas están las que surgen por el avance de la IA, sobre los autos autónomos por ejemplo. O si las máquinas nos van a reemplazar en nuestros trabajos o, por el contrario, continuarán su camino como herramientas tecnológicas (entendidas como un instrumento para lograr un objetivo, como por ejemplo el viejo ejemplo de un martillo).
El dilema es que hoy la tecnología ya no es solo un conjunto de técnicas, sino que conforma un sistema. Un sistema muy poco transparente formado por algoritmos, big data, celulares, sitios web, valores, lenguajes, GPS, escaneo facial, todo tipo de nuevos dispositivos, sensores, trámites online, transacciones, interacciones con chatbots, radares, cámaras de vigilancia, etc. Hoy es prácticamente imposible vivir fuera de este gran sistema que nos abraza y en el cual estamos inmersos.
Vuelvo a las preguntas. ¿Qué nos hace distintos a una máquina de Inteligencia Artificial? Somos seres humanos que podemos pensar y pensamos no sólo en términos de cálculos matemáticos como lo hace una máquina de IA sino también pensamos en modo de reflexión y meditación.
Y lo hacemos de manera inteligente desde un cuerpo en donde vivimos y somos, un cuerpo que a su vez nos permite una experiencia multisensorial (con los 5 sentidos). No podemos escindir el pensamiento y las ideas de nuestro organismo ("pienso, luego existo").
Sabemos que tenemos emociones, porque no solo sentimos sino que sabemos que sentimos. Tenemos autoconciencia, que nos permite reflexionar sobre nuestros propios pensamientos y emociones, creando un bucle de metacognición que la IA actual no puede replicar. (podrá?) Esta capacidad de introspección nos lleva a formular preguntas existenciales y a buscar un sentido en nuestra vida. Nos referimos a la pregunta troncal del ser humano: ¿para qué vivimos? ¿Para qué estamos acá en la Tierra desde que nacemos hasta el día que morimos? ¿Cuál es nuestra misión? ¿Tenemos una?
La conciencia humana sigue siendo un misterio que nos distingue fundamentalmente de la IA. Mientras que las máquinas pueden procesar información a grandes velocidades, no tienen la experiencia subjetiva que caracteriza a los humanos. Esta cualidad, conocida en filosofía como "qualia", se refiere a la experiencia individual e intransferible de nuestras percepciones. Por ejemplo, la sensación que nos da el color rojo, zambullirnos en una pileta o el gusto del café no pueden ser transmitidas por una máquina.
Son sensaciones que existen y que van más allá de la mera resolución de problemas o procesamiento de grandes cantidades de datos.
No solo "sentimos" (pena, alegría, angustia, tristeza, etc) sino que nuestra propia existencia ya es un sentir, para bien o para mal, somos porque vivimos y eso implica ya una responsabilidad (El sentimiento trágico de la vida, Miguel de Unamuno).
Otra característica distintiva es nuestra capacidad de formar y modificar creencias y valores morales basados en nuestras experiencias y reflexiones. Mientras que podemos programar reglas éticas en una IA, los seres humanos desarrollamos un sentido moral complejo que evoluciona con el tiempo y se adapta a nuevas situaciones, a menudo de formas impredecibles y no lineales.
En el intento de imitar el cerebro humano, la IA tiene su desafío más grande en la creatividad y la imaginación. Nuestra capacidad de crear algo verdaderamente nuevo, de combinar ideas dispares en conceptos originales, sigue siendo un bastión de la singularidad humana.
Por ejemplo, tenemos Pensamiento lateral que nos permite hacer asociaciones inesperadas, conexiones aparentemente ilógicas o distantes que conducen a innovaciones revolucionarias. Este "salto creativo" por el momento es muy difícil de replicar algorítmicamente.
Nuestra motivación para hacer algo es intrínseca, es decir, surge de las ganas, la pasión, la curiosidad, el deseo o la necesidad. La IA solo se mueve a pedido nuestro.
Y la imaginación nos permite no solo resolver problemas existentes, sino también visualizar y crear realidades completamente nuevas. Podemos concebir mundos fantásticos, inventar historias que nunca han existido, y soñar con futuros que aún no se han materializado. Por eso titulé mi libro sobre IA "Las máquinas no pueden soñar" (publicado en 2018, se puede descargar gratis en www.inteligencia.com.ar). No solo me refería al sueño cuando dormimos sino también a nuestra habilidad de pensar más allá de lo conocido y lo programado, a imaginar mundos nuevos.
Imaginación y creatividad impulsaron los mayores avances de la humanidad, desde el arte rupestre hasta los viajes espaciales o el iPhone.
Además, nuestra creatividad no se limita a la generación de ideas, sino que se extiende a la apreciación y la interpretación. Podemos encontrar y generar belleza en lo inesperado, humor en lo absurdo, y significado en lo aparentemente aleatorio. Esta capacidad de atribuir valor y significado de maneras únicas y personales es algo que la IA, por avanzada que sea, aún no puede replicar. Aunque la IA puede generar variaciones basadas en patrones existentes, la verdadera innovación disruptiva -la que cambia paradigmas y redefine campos enteros- sigue siendo un dominio predominantemente humano.
Pero estas cualidades de creatividad e imaginación no sólo nos diferencian de la IA, sino que nos permiten ir más allá para dar forma al futuro de la propia tecnología y a conseguir nuevos avances, plantear nuevas preguntas, buscar soluciones innovadoras y atender a los múltiples desafíos que tenemos como especie. No es IA versus el ser humano. Es en conjunto, porque en definitiva, la inteligencia artificial no es otra cosa que nuestra inteligencia. Potenciada, sí. Pero es nuestra

Anuncian en la edición #157