Ansiedad y burn out son moneda corriente en tiempos digitales
y pospandémicos. El entramado tecnológico que se tejió en las
últimas décadas repercute a nivel personal, social y laboral. Tres
expertas bucean en las causas, advierten sobre las consecuencias
y proyectan ideas para un futuro más saludable.
Ese mensaje que no llega, esa call que no termina. Ese posteo que se viraliza, ese otro que no
se activa. La app que se traba, la batería que se muere. Mirar la pantalla cada dos minutos,
llevársela a la cama.
No apagarla nunca. No apagarse nunca.
De momentos así está hecha nuestra cotidianeidad, el lado B de todo lo bueno que nos trajo
la tecnología digital en las últimas tres décadas.
Tecnología que, en varios aspectos, ya superó a la capacidad cerebral. Cerebros que, en varios
aspectos, siguen seteados para cazar, recolectar y escapar.
El desajuste no es gratis.
Burn out, incertidumbre y ansiedad son términos que describen un estado de las cosas que se
agudiza en esta Argentina de la angustia y la incerteza. Para capear el temporal, tres expertas
proponen parar la pelota, comprender y resetearse. Porque este mundo que hicimos también
puede ser un mundo más amigable.
Primero, las definiciones.
La ansiedad es una respuesta natural a situaciones que consideramos amenazantes,
contextualiza María Roca, investigadora del Conicet y coordinadora científica de la Fundación
INECO. Una señal de alarma, pero también una emoción habitual dentro de las respuestas
adaptativas. El problema aparece con los trastornos de ansiedad, donde esas réplicas se
tornan desproporcionadas para los desafíos que afrontamos.
El espectro va desde el trastorno de ansiedad generalizada -"cuando estás persistentemente
preocupado, de manera excesiva, en distintas áreas de tu vida"- hasta los ataques de
pánico, con episodios repentinos de miedo a morirse o volverse loco, acompañados por
palpitaciones, sudoración o dificultad para respirar. Las fobias, el TOC y el trastorno por
estrés postraumático son parte de esa familia.
El burn out, o síndrome de desgaste profesional, combina las sensaciones de agotamiento
asociado al trabajo, y de baja autoeficacia, con la despersonalización, una actitud negativa o
distante hacia nuestras obligaciones. Detrás de ese cuadro puede aparecer el distrés laboral
crónico, cuando nos quedamos sin recursos para estar a tono con las exigencias crecientes.
Los síntomas van desde lo físico (problemas gastrointestinales, contracturas, disminución
de defensas) hasta lo cognitivo (falta de concentración, problemas de memoria, dificultades
para tomar decisiones), pasando por lo emocional, como la irritabilidad.
Todas condiciones que se están reportando con mayor frecuencia, confirma Roca. No se
puede hablar de ellas sin hablar de la pandemia, "donde teníamos mayores estresores, había
una amenaza de perder cosas importantes y una sensación de falta de control". Un cóctel que
también incluyó la pérdida de hábitos saludables, el contacto con los demás y el descanso
irregular... sin contar la incertidumbre global. Es una huella que perdura.
Bomberos y explosiones
"La gente siempre trabaja apagando incendios", dice Cintia González Oviedo, CEO y
fundadora de la consultora de diversidad y liderazgo Bridge The Gap. "No hay tiempo para
planificar. Todo es urgente y no hay priorización sobre temas importantes". Sus encuestas de
autopercepción arrojan tasas de burn out de entre un 80 y un 90 %, con mayor prevalencia
entre las mujeres.
En la calle, el aula y en la oficina, Vilma Vaccarini -psicóloga social y experta en
neuropsicoeducación- también detecta esa tensión. "La incertidumbre, junto con la
sensación de falta de control y la amenaza de perder cosas valoradas, se ven a nivel global,
aunque la Argentina ha sido identificada como el país con mayores niveles de burn out en la
región. En mi trabajo como coach y formadora, las palabras que más escucho son ansiedad,
inmediatez, estoy explotado, estoy matado, no me alcanza el tiempo, no llego con las demandas,
no me queda otra que hacer multitasking. Ante ese contexto surge el agotamiento emocional,
actitudes negativas, desconexión del trabajo, inhibición de la creatividad e innovación,
accidentes, ausentismo y enfermedades físicas y mentales".
La situación es transversal, pero Vaccarini identifica un par de sectores sensibles: salud y
educación, sobre todo a partir de las cargas laborales y demandas emocionales que generó el
COVID; y tecnología, finanzas e industrias, por la complejidad, competitividad y presión para
alcanzar resultados. El desequilibrio entre trabajo y vida personal, la mala comunicación y la
falta de recompensa asoman como causas y consecuencias.
González Oviedo pone en la mira al home office y a las modalidades híbridas: "La gente no
tiene espacios entre calls y reuniones virtuales. El trabajo digital no es solamente conectarse a
una computadora. Hay que adaptar un montón de rutinas y comportamientos. Hay que hacer
pausas cognitivas, porque nuestro sistema nervioso se satura mucho más que trabajando
presencialmente. (...) Una demora de un minuto ya te da una sensación de ineficiencia o
impuntualidad, solamente por estar todos conectados".
Roca complementa: "Las nuevas tecnologías nos ayudan con el almacenamiento de
información, la velocidad de procesamiento, su capacidad de hacerlo de manera paralela.
Como una prótesis cerebral que potencia nuestro funcionamiento. El problema es cuando
empiezan a impactar negativamente en nuestra salud, desde quedarte conectado hasta muy
tarde -lo que influye en el sueño- hasta no establecer ni fortalecer tus vínculos porque
estás todo el tiempo con los dispositivos".
Lo cual no significa que estemos completamente indefensos. El primer paso es tomar
conciencia de en qué situaciones la tecnología perjudica nuestras experiencias, relaciones y
actividades. Después, "tratar de determinar qué tan complejo es el problema, cuándo aparece
y cuándo intervenir". Pequeños pasos -no llevarse el celular a la cama, usar aplicaciones para
limitan su uso- y una sugerencia atendible: "No tratar de cambiar todo al mismo tiempo,
sino tener un objetivo concreto, premiándonos una vez que lo alcanzamos".
La incertidumbre
Si la digitalización de la vida y el trabajo supone un desafío mayor, el proceso se potencia y
complejiza en esta Argentina intensa, incomprensible y todavía en shock. Cuando el suelo es
lava, las neuronas se evaporan.
"La incertidumbre es reconocida como una fuente de estrés importante, e impacta en la
calidad de vida con mayores niveles de depresión, ansiedad y otros cuadros", confirma Roca.
"El cerebro funciona a través de predicciones. La incertidumbre lo incomoda, y lo incomoda
mucho".
En este contexto, algunos autores califican el tiempo actual como "la era de la
hiperincertidumbre", tanto a nivel global -conflictos armados, cambio climático- como
local, con el huracán de crisis económicas, financieras y políticas. "Todo eso tiene un impacto
en la sensación de no poder estimar bien qué es lo que se viene, y eso impacta en los niveles
de estrés", insiste la experta.
Para manejar lo que es manejable, Vaccarini aconseja apelar a la agilidad mental, también
llamada flexibilidad cognitiva, crucial para tomar decisiones firmes en un mundo líquido.
"Es la capacidad de adaptarse a nuevas situaciones, cambiar de enfoque rápidamente y
considerar diferentes perspectivas. Para responder a imprevistos, es esencial la disposición
para aprender de nuevas experiencias y errores, y aplicar ese conocimiento a futuras
decisiones".
Las recomendaciones son tomarse un tiempo extra antes de decidir, evitar hacerlo cuando
nos invaden emociones displacenteras, intercambiar con quienes piensan distinto, pensar
por fuera de los caminos comunes, mantenerse actualizados, aprender del pasado... y confiar
en la intuición.
"El cerebro no es un órgano puramente racional, y muchos de sus procesos no son accesibles
a nuestra conciencia", advierte Roca. "La tendencia de tomar atajos para poder actuar de
manera más rápida puede llevarnos a cometer errores". Aunque el cableado no se puede
cambiar, es posible avanzar hacia la reducción de daños. Conocer qué situaciones hacen que
se activen los sistemas automáticos -como el apuro o la alta activación emocional- ayuda
a rendir mejor y a tomar decisiones más acertadas.
Para trabajar en estos entornos VUCA ("volátiles, inciertos, complejos y ambiguos", por
sus siglas en inglés), González Oviedo propone repensar los liderazgos. "Los verticalistas o
tradicionales ya no van más. Los del futuro son inclusivos. Fomentan la seguridad psicológica
y por ende la innovación. Es fundamental generar herramientas y procedimientos de cultura
del error, por ejemplo con labs de experimentación, donde iterar y equivocarnos tiene que
ser parte del mindset de la compañía".
Ese cambio también implica repensar el propio concepto de diversidad. "Las empresas hablan
mucho de eso, pero piensan que son temas solamente de minorías o comunidades, como
género o LGTB. Sin embargo, también está la diversidad cognitiva, que tiene que ver con los
estilos, los entornos de aprendizaje y la adaptación de los espacios de trabajo a las personas
neurodivergentes o que están atravesando alguna situación de burn out. Los entornos
saludables también implican la seguridad psicológica: estar libres de acoso y discriminación,
incluyendo microagresiones como comentarios sexistas. Hay una relación estrecha entre
diversidad, salud mental e innovación con la productividad".
Para trascender el divorcio entre discursos políticamente correctos y comportamientos
anacrónicos, es necesario avanzar hacia una transformación real. A pesar de las crisis, o
precisamente por ellas, sugiere González Oviedo: "El mundo se está haciendo multidiverso y
multicomplejo, con una hiperfragmentación de audiencias. En ese sentido hay un crecimiento
enorme de la inversión en diversidad. Sin embargo, a corto plazo se está viendo mucho la
hilacha de las empresas, que abogan por estos temas pero lo primero que recortan son esos
mismos presupuestos".
El cambio de mindset, insiste Vaccarini, debe partir de la idea de que "la calidad de las
relaciones está basada en la gestión de las emociones, que generan comportamientos que
posibilitan adaptarnos a los cambios". El mensaje para los líderes es que ya no alcanza con
la inteligencia cognitiva. "La diferencia la hacen los que tienen alta inteligencia emocional:
inspiran, motivan y guían a sus equipos, impactando en la salud, el aprendizaje, el desarrollo
y la productividad".
Un mensaje que suena a win-win, en tiempos en que todavía queda mucho que perder.