opinión

El tsunami llegó hasta aquí


<b>El tsunami llegó hasta aquí</b>

Por Lalo Zanoni
Periodista especializado en comunicación digital y nuevos negocios.


Los que saben de los fenómenos climatológicos aseguran que antes de los tsunamis hay señales de la naturaleza que pueden servir de advertencia. El mar se retira, ruidos como rugidos que vienen desde adentro del mar y hay cambios en los comportamientos de los animales, que intuyen lo que se viene.
En el 94 todavía no teníamos internet, pero ya se olía ese aroma a que algo grande y distinto estaba por venir, como cuando uno huele la lluvia antes de que caigan las primeras gotas. El horizonte estaba cambiando. Ya existían las computadoras, las hoy viejas PC color beige, con esos grandes monitores, ya había muchas repartidas en oficinas y en casas particulares, ya empezábamos a aprender a manejarlas, ya jugábamos a juegos como el Duke Nukem, ya explorábamos el Windows 3.1, los Words, los Excels, los CD ROMs con las enciclopedias Encarta. Ya estaba pasando algo. Algo diferente de lo que venía pasando hasta unos años antes en relación a nuestro vínculo precario y a los ponchazos con la tecnología hogareña. Ya se venía el tsunami y algunos empezamos a escuchar la palabra internet.


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El tsunami llegó hasta aquí
Un año después, en 1995, ya teníamos una precaria internet. Primero nos conectamos por dial up, con el teléfono y un módem. Lo primero que hice cuando me conecté en la sala de computadoras de la Universidad de Belgrano, que ostentaba banda ancha y en ese momento era un lujo como me imagino habrá sido para mi abuela vivir al lado de la casa de Celia, la única vecina del barrio que tenía un teléfono de línea. Usando el Netscape como explorador, puse en el buscador Altavista fotos de Maradona, así sin comillas, sin nada. Me aparecieron un par en bajísima resolución, una del Napoli y otra entrenando en Boca, donde Diego jugaba en ese momento. Todavía tengo esas fotos en jpg, que aquella tarde, maravillado, guardé en un diskette de 3 ½. Me sentí como Aureliano Buendía cuando aquella tarde remota su padre lo llevó a conocer el hielo.
Cuando mi sobrino Juan Bautista tenía 10 o 12 años (ahora anda cerca de los 30), me preguntó para qué tenía tantos CDs apilados en unos estantes. Le expliqué que cuando yo era chico no había internet y escuchábamos la música con esos CDs. Me miró serio y me dijo asombrado: "¿Qué? ¿No había internet?". Habrá sentido la misma perplejidad que sentí yo cuando mi abuelo me contaba que de chico no tenía luz, agua potable o televisión. Pero este texto no se trata de mis recuerdos. Lo cuento para que si un lector joven se cae en esta columna, entienda lo que fue internet para mí, para nosotros y para el mundo entero. Una revolución total.


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El tsunami llegó hasta aquí
Las efemérides van a recordar el 94 por el Mundial de Estados Unidos donde lo suspendieron por doping al Diego ("me cortaron las piernas"), por la bomba a la AMIA, la reforma de la Constitución (el pacto de Olivos entre Alfonsín y Menem), el fin de la conscripción (colimba) militar obligatoria por el Caso Carrasco, un joven soldado asesinado a golpes por sus superiores. Creció la desocupación para sostener el exitoso 1 a 1 de Cavallo y Menem. Pero también hubo espacio para noticias más blandas, como el éxito de Diego Torres "Tratar de estar mejor". Nicole Neumann, con 14 años, además de modelo "lolita", se lanzó como cantante. No duró mucho. Y llegó Kiss por primera vez a la Argentina.
Con el asesinato del "rey de la noche" Poli Armentano, arrancó el caso Coppola. Murió Ayrton Senna. Vélez, de la mano de Carlos Bianchi, salió campeón de América y del mundo. En la TV, el programa de Susana pasó a la noche y marcó 39 puntos de rating. Catriel (Osvaldo Laport) y Grecia Colmenares rompieron todo con la novela Más allá del horizonte. Neustadt con Tiempo Nuevo, Tinelli con VideoMatch, Grande Pa con Arturo Puig, Jugate conmigo con Cris Morena, 360 con Julián Weich. La Tele no solo todavía existía sino que además era un gran negocio. Explotó la TV por cable y a Cablevisión se le sumó Multicanal y fue un boom.


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Entre todos los múltiples cambios que generó internet desde su aparición, quisiera analizar su impacto sobre los medios de comunicación y el periodismo. Sin dudas, una de las industrias que más sufrió las consecuencias del tsunami digital.
En poco más de dos décadas, el periodismo tradicional y los medios de comunicación tuvieron que enfrentar por lo menos tres grandes transformaciones: la irrupción de internet, el auge de los blogs y las redes sociales, y ahora la revolución que supone la inteligencia artificial generativa, con ChatGPT a la cabeza. Son demasiados golpes para una sola industria. La llegada de internet cambió rápidamente las reglas del juego en los medios de comunicación, forzando a diarios y revistas a crear sus versiones digitales. Surgieron los "portales online" de noticias, ofreciendo todo su contenido en forma gratuita para seducir usuarios y captar visitas, pero sin una estrategia comercial clara ni un modelo de negocio definido, más allá de la venta de publicidad mediante banners.
Rápidamente, primero Google y luego Facebook, tomaron el control casi absoluto de toda la inversión publicitaria online, ofreciendo a los anunciantes herramientas más eficaces para llegar directamente a los potenciales compradores interesados en sus productos y servicios. Los medios, al no ser empresas tecnológicas nativas, no pudieron adaptarse con la velocidad suficiente a esta nueva realidad y perdieron su dominio en el terreno publicitario. El primer golpe pegó directo en la caja de las empresas, lo que las obligó a achicarse y empezar a desprenderse del activo más importante que tiene un medio de comunicación: sus periodistas. Muy poco tiempo después irrumpieron los blogs y las redes sociales como MySpace, YouTube, Facebook y Twitter, permitiendo que miles de personas (no periodistas profesionales) tuvieran su propia voz a un costo muy bajo, sin depender de un medio tradicional para ser leídas, vistas o escuchadas. Esto les permitió formar sus propias comunidades de usuarios. Al mismo tiempo, el consumidor dejó de ser pasivo y se transformó en productor de información, publicando un blog, un video en YouTube o un tuit. Así nació la figura mixta del "pro-sumer", donde cualquier persona con acceso a internet o un smartphone (iPhone, 2008) puede no solo consumir noticias sino que, al mismo tiempo, producir contenidos en formato de texto, fotos o videos, llegando incluso a convertirse en una voz influyente en distintos temas como política, deportes, tecnología o espectáculos.
Surge así el concepto de "periodismo ciudadano" (We the Media, Dan Gillmor, 2004), que no solo le quita audiencia a los medios tradicionales, sino tres cosas mucho más valiosas: credibilidad, influencia y poder. Los medios de comunicación, como intermediarios entre los protagonistas y el público, empezaron a perder sentido. En 2012, Manu Ginóbili usó su cuenta de Twitter para anunciar la renovación de su contrato con los Spurs. Poco tiempo atrás, hubiera tenido que dar una conferencia de prensa, ofrecer una entrevista a un medio especializado en básquet o aparecer en un programa de TV para que la noticia llegara al público. Pero con el auge de las redes sociales, de repente, el famoso, el político, el músico o el deportista ya no necesitaban al periodista ni a los medios tradicionales para comunicar sus anuncios.
Y finalmente, el periodismo, ya sacudido en múltiples frentes, ahora enfrenta una nueva amenaza: la IA generativa, que es capaz de crear contenidos de alta calidad con una mínima intervención humana. Esta tecnología plantea un desafío todavía mayor que los anteriores, al poner en jaque el rol tradicional del periodista y acelerar la transformación del ecosistema informativo.


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Hace unos diez años, el fundador y CEO de Netflix, Reed Hastings, dijo que el objetivo de la empresa era "convertirse en HBO antes de que HBO se convirtiera en nosotros". Hastings comprendía que compañías como HBO, Disney, Apple, Amazon, Paramount y YouTube, entre otras, estaban listas y dispuestas para transformarse en plataformas online de películas y series, tal como lo había hecho Netflix. Y lo lograron. Hastings tuvo razón y hoy todas esas plataformas compiten entre sí en el mismo sector.
Creo que una de las posibles salidas para que el periodismo supere su enorme crisis puede ser la de seguir el mismo camino que ya exploró Netflix. Es decir, que el periodismo se convierta en ChatGPT antes de que ChatGPT se convierta en el periodismo. ¿Cómo hacerlo? Ese es su mayor desafío, quizá el más grande de su historia.

Anuncian en la edición #158