Martín Caparrós "Antes lo difícil era encontrar, ahora lo difícil es desechar"
Por: Pablo Corso Retratos Fede Paul
A tono con el aniversario y con el espíritu de época, Martín
Caparrós revisita los 90 y traza comparaciones con el presente
para entender los cambios dramáticos que atravesó el periodismo
en las últimas tres décadas. Las tensiones entre cronistas, editores
y lectores, la sobreoferta informativa y la eterna crisis nacional,
en esta charla con el Atlántico de por medio.
A las tres de la tarde de un verano caluroso en Madrid, Martín Caparrós viene de escribir y
seguirá escribiendo después de esta charla. Como siempre y como nunca. Es su salsa y su
sustancia. Y por culpa de un problema neurológico que lo obliga a la silla de ruedas, el foco
de sus días. La inmersión en el territorio para ver, oír, oler y tocar queda -al menos por
ahora, al menos por un rato- al costado del camino.
Molesto pero no resignado, el porteño de 67 años describe las realidades internas y externas
con su sello característico, desde un tiempo y una distancia que puede -y sabe- poner en
perspectiva. Con varias idas y vueltas al Viejo Continente desde que cumplió los 18, hoy lleva
más de una década radicado en España. Aquella decisión estuvo motorizada por una mezcla
de motivos personales y políticos, que resume en la idea de que el kirchnerismo se repetía,
él también, y ya era tiempo de cambiar.
Después de un "hiperviaje" por múltiples destinos como enviado de Naciones Unidas,
confirmó que quería mirar el mundo desde una perspectiva más global. Primero en Barcelona
y después en Madrid, se fue quedando hasta hoy, hamacado por la satisfacción que dan los
proyectos que avivan, y reavivan, el interés por seguir contando. El aniversario de Reporte
es la excusa para encender la conversación.
¿Qué estabas haciendo en 1994?
En marzo de ese año me fui a la India dos o tres meses porque quería hacer un libro, que
después se llamó Dios mío. Un viaje por la India en busca de Sai Baba. En realidad quería
conocer la India, una vieja asignatura pendiente. Cuando llegué por primera vez a Europa, a
los 18, había un viaje iniciático que consistía en ir por tierra desde Europa Occidental hasta
la India, cruzando una cantidad de territorios que hoy no se podrían cruzar: Turquía, Irak,
Afganistán. Al final no lo hice, porque preferí quedarme en Francia, anotarme en la facultad
y demás, pero me había quedado caliente con eso.
Cuando propuse el libro, el editor de Planeta, Juan Forn, me dijo: "Yo no puedo publicar un libro
que sea Caparrós se fue a la India. Necesito algún tema". Me quedé pensando, y se me ocurrió
que Sai Baba era un tema. En esa época tenía muchos seguidores en la Argentina. Entonces
hice el viaje, mezcla de quedarme algunas temporadas en los ashram y otras "yirando" por la
India. Creo que todavía escribía contratapas para Página/12 una vez por semana.
¿Qué cambios de paradigma vivió el oficio en estas tres décadas?
Muchos y muy profundos. Para empezar, en el 94 yo recibía el diario todas las mañanas.
Lo primero que hacía era agarrarlo y leerlo, algo que ahora es absolutamente impensable.
Parece una tontería, pero eso ha cambiado toda la relación que tenemos con la información.
Para citar lo más obvio, el hecho de que ya no nos informamos en unidades diarias. El diario
ya no tiene sentido. Ahora las cosas pasan todo el tiempo, en un continuo de información.
Es un cambio fuerte, que por otro lado hace que muchas veces escribamos materiales muy
poco cuidados, en la medida en que mucha gente cree que ganarle por cinco minutos a su
competidor le va a dar alguna ventaja. Creo que eso es un delirio de los editores; lo que les
importa a los lectores es que valga la pena lo que están mirando. Pero eso, a su vez, derivó
en otra idea absolutamente nueva en la prensa escrita: guiarse por el rating. Ahora, en todas
las redacciones de los grandes medios, hay una pantalla que dice cuántos lectores tiene
cada noticia en cada segundo. La tentación de publicar lo que los lectores supuestamente
consumen es muy grande. Y así, muchas veces se publica basura.
¿El lector también percibe que baja la calidad de lo publicado?
Es que, en la lógica del rating, eso es culpa -por decirlo de algún modo- del lector. Justo
cuando empezaba la pandemia, yo publicaba una columna cada 15 días en The New York
Times. Un día no tenía tema y se me ocurrió mirar cuáles eran las noticias más leídas de los
cinco o seis diarios más importantes en los cinco o seis países latinoamericanos más grandes.
Me impresionó mucho, porque era casi todo basura: farándula, algún policial, algún chisme.
Solo habríamos podido firmar tres o cuatro de aquellas notas con algún orgullo. Titulé la
columna "Contra el público". Porque si el público te pide eso, tenés que trabajar contra esa
demanda, no satisfacerla. Si no, se arma un círculo vicioso.
Al mismo tiempo, solés hacer énfasis en la idea de no menospreciar al lector.
Hay una confusión con la idea de masividad. Como la idea de cantidad ahora tiene mucha
influencia, por esta lógica del rating trasladada a la prensa escrita, muchos editores se tientan
con ser masivos. Y para eso creen -quizá tengan razón- que la manera es bajar la calidad
de lo que ofrecen. Pero la buena prensa escrita nunca fue masiva.
En España, durante los 80 y 90, El País era el diario absolutamente hegemónico. Si una
maniobra política o una película no salían ahí, no existían. Y además de ganar mucha plata,
hacían buen periodismo. Pero un día de semana de su mejor época vendía 400 mil ejemplares...
en un país de 40 millones de personas. Es decir, una persona de cada cien compraba el diario
más exitoso que he conocido en mi vida. Eso demuestra que la masividad, lamentablemente,
nunca fue una calidad de la buena prensa. La tontería es que como ahora estamos metidos
en el juego de lo digital, se busca en un espacio donde nunca funcionó.
Entre la falta y el exceso
El año pasado Caparrós publicó Lacrónica: así, todo junto y sin más explicaciones. No solo
es un grandes éxitos sino también una reflexión "sobre cómo escribe lo que escribe, cómo
piensa lo que piensa, cómo hace lo que hace". En el prólogo de esas 480 páginas con historias
sobre militancias, dictaduras, narcotráfico y viajes por tres continentes, saca pecho y exhibe
credenciales como referente del oficio para todo el mundo hispano.
También recuerda cómo el cronista era, en aquellos 90, el escalafón más bajo de las
redacciones, el pibe que traía datos de la calle para que los más experimentados escribieran
mientras les servía café en la redacción. El género trazaría un arco narrativo que lo encumbró
a las cimas del prestigio en las dos décadas siguientes. Hoy, al calor de la crisis casi terminal
de la prensa gráfica, ocupa un lugar contradictorio: deseado y escaso, trabajoso y mal pago.
Caparrós lo defiende y lo define: "Un intento siempre fracasado de atrapar lo fugitivo del
tiempo en que uno vive".
¿Seguís teniendo ganas de incursionar en la crónica?
Sí, me sigue gustando mucho aunque hoy no esté en condiciones físicas de trabajarla, porque
requiere una inmersión física significativa. Me parece que vale la pena. En la época de "Ohhh,
¡la crónica!", tampoco había tantas ni tantos medios que la publicaran. Era más una cuestión
de estima que un éxito de consideración. En aquellos años me llamó un pibe que estaba
haciendo una nota sobre la crónica para un diario de Chile. Me hacía cada vez más preguntas,
hasta que al final le dije: "¿Cuánto vas a escribir sobre esto? ¿Tenés tanto espacio?". Me
respondió que tenía 3000 palabras. Entonces le comenté que aquello sintetizaba la situación:
"Es mucho más probable que se publiquen 3000 palabras sobre la crónica que una crónica
de 3000 palabras".
Creo que siempre fue así, y que siempre hay gente que se las rebusca para encontrar un
lugarcito donde publicar algo que le interese o que valga la pena. En muchos casos, el refugio
del periodismo narrativo está en los libros, donde la autonomía es mucho mayor, aunque te
quitan llegada (lo pueden leer 10, 20 mil personas) y en general te cagás de hambre, porque
el tiempo que tenés que dedicarle no compensa el dinero que vas a conseguir.
En la introducción planteás que ahora "el problema de la información es el exceso y
toda la habilidad consiste en saber separar el grano de la paja".
Tengo muy claro que la mayor dificultad para informarse en esta época es elegir. Cuando
hacía las crónicas para Larga distancia (1992) y quería informarme sobre algún espacio o
situación, me iba a un centro cultural norteamericano que había en Florida, llegando a Plaza
San Martín, y miraba -número por número, índice por índice- las colecciones impresas
de The New Yorker y National Geographic. Después de tres o cuatro días, si tenía suerte,
enganchaba dos o tres artículos sobre el tema que necesitaba. Ahora ponés en Google el
tema tal, y en 0,08 segundos tenés 324.521 artículos. Allí donde antes lo difícil era encontrar,
ahora lo difícil es desechar.
¿Tenés algún ritual para mantener la curiosidad y no contaminarte con el exceso de
datos?
A veces, cuando iba a alguna ciudad que no conocía y quería escribir sobre eso, me tomaba
un colectivo sin saber adónde iba, y andaba 15 o 20 minutos. En algún momento bajaba, daba
una vuelta, me tomaba otro sin saber adónde iba, y así me pasaba un día o dos "yirando",
justamente para no ir a los lugares preestablecidos. Ahora de algún modo reproduzco eso
en la web. Trato de tomarme bondis que no sé dónde me llevan, e ir cliqueando para ver qué
encuentro más allá del circuito en el que Google me metió. A veces encontrás cosas que valen
la pena, otras perdés el tiempo como un boludo (risas).
Argentina, no lo entenderías
El 5 de marzo de este año los periodistas, fotógrafos, diseñadores e ilustradores que hacen la
revista digital Anfibia -refugio y referencia de la crónica del nuevo siglo- se toparon con
una noticia descorazonadora: un incendio había devastado su redacción del centro porteño.
Rápidos de reflejos y sin tiempo para lágrimas, lanzaron una campaña de recaudación de
fondos que incluyó una sorpresa mayor. Martín Caparrós subía a su plataforma una novela
digital, hipertextual e interactiva, cuyas ganancias se destinarían a la reconstrucción.
La obra traza una alegoría sobre otro incendio, el que se inició el 10 de diciembre de 2023
y todavía sigue fuera de control. Vidas de J. M. cuenta la historia de Julio Méndez, un sujeto
arrasado por el bullying escolar y la violencia familiar, con fobia a la intelectualidad progresista
y mucha sed de venganza. Cualquier parecido con la realidad...
¿Con qué te encontraste al indagar en el personaje?
Había leído la biografía El loco por curiosidad, y entre eso y lo que circula en la prensa...
Tampoco quise hacer una investigación sobre Milei, porque no se trababa de eso, sino de crear
un personaje que tuviera algunos rasgos reconocibles y parecidos. La idea no era ahondar en
su personalidad, sino reírse un poco -reírse para no llorar- de ese personaje que nos ha
metido a todos en una bolsa muy rara, donde creíamos que ya no nos íbamos a dejar meter.
Hay una sensación de shock que persiste.
Para mí sin dudas, no sé para vos.
Se están corriendo los límites de la crueldad.
Eso es lo que más me impresiona: que 15 millones de compatriotas hayan creído que valía la
pena ponerse en manos de un tipo cuya mayor calidad es querer romper todo, pelearse con
todo el mundo y joder a todos los que pueda, que además maltrata y exhibe esa crueldad.
La Argentina ya era difícil de explicar en el exterior. ¿Se volvió más difícil ahora?
Sí, pero sobre todo más triste. No encuentro ninguna forma de reivindicar lo que está pasando.
Como resultado de 20 o 30 años de fracasos, mucha gente decidió que lo mejor que podía
elegir era alguien que representara y canalizara sus cabreos, su odio. Es duro que esa idea de
sociedad sea la base, sofisticada de algún modo por la ideología básica del camino individual.
El mercado es lo individualista por definición. Para que alguien gane, tiene que conseguir
que otro pierda, que le pague más de lo que debería por lo que está comprando. Para ganar,
tenés que ganarle al otro. No hay la posibilidad de ganar todos juntos. Eso nos convence de
que cada uno tiene que buscarse la vida por su lado y joder a cuantos más mejor para que te
vaya bien.
¿La diferencia con propuestas similares, que incluso puede haber en España, es solo el
tenor del personaje?
Tengo bastante desconfianza con esta idea de "la nueva ultraderecha". Es una construcción
que les conviene a sus miembros. Creo que se están mezclando proyectos y personajes muy
distintos. Milei y Marine Le Pen, por ejemplo, no se parecen en nada. El Reagrupamiento
Nacional es muy estatista y tiene una base trabajadora muy fuerte. Acá en España, el supuesto
par de Milei es este señor [Santiago] Abascal. Pero Vox es la recuperación del nacionalcatolicismo franquista, tradicionalista y muy xenófobo. Si él y Milei tuvieran que armar una
sociedad cada uno, serían radicalmente distintas.
Ahora sí apareció uno, Alvise [Pérez], un chanta más del estilo de Milei. Se presentó en las
últimas elecciones europeas y sacó tres diputados, los mismos que Podemos. Un tipo que
no existía, y que lo único que hace es decir que son todos unos chorros hijos de puta y que
hay que romper todo. Incluso le copió lo de rifar el sueldo. Pero insisto, cada uno de estos
grupos tiene características muy diferentes, y de algún modo les estamos haciendo un favor
al pensarlos como parte de lo mismo, permitiéndoles compartir su fuerza.
¿Qué te interesa seguir contando de lo que pasa en la Argentina, en España o en el
mundo?
Si pudiera elegir un tema y pensara que soy capaz de trabajarlo, me gustaría ir detectando
qué proyectos y nuevas formas de hacer política puede empezar a haber. Creo que estamos
en una época muy lastrada por el fracaso del proyecto de los últimos 30, 40 o 50 años y
que, por lo tanto, en los próximos 10 o 20 van a haber otras formas, propuestas e ideas.
Me parece fascinante tratar de ir mirando qué son, quién intenta qué, aunque sea en un
rinconcito perdido.
Pensás en proyectos más vinculados a la izquierda.
De transformación social. Es claro que estamos frente a una nueva revolución maquinística.
Cada vez más maquinas hacen el trabajo de las personas, y eso hace que cada vez más
personas no tengan trabajo. Por ahora todo ese cambio está siendo a beneficio de los dueños
de las máquinas. En los próximos años va a haber una pelea fuerte por ese excedente, que es
cada vez mayor. No se lo van a poder quedar todo los patrones, porque entre otras cosas va
a haber mucha gente que no va a tener laburo. Así como pasó con la Revolución industrial,
creo que la pelea por ese excedente de la automatización va a ser importante. Me interesaría
contar cómo, dónde y con qué metas.
Señas particulares
La biografía de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) en el sitio oficial de Penguin
Random House -el gigante editorial que está reeditando toda su obra- recuerda
que se licenció en historia en París, que también vivió en Nueva York y en Barcelona,
y que hizo periodismo en todos los formatos. En la prensa argentina, su nombre es
sinónimo de perspicacia en la elección de temas, talento para contarlos y agudeza
para comprenderlos.
Además de haber publicado el monumental La voluntad, una historia de la militancia
revolucionaria en Argentina con Eduardo Anguita, escribió sobre próceres,
estafadores, futbolistas y cocineros. Trajinó el mundo y lustró su firma con crónicas
personalísimas de viajes por Argentina, Latinoamérica, Asia, Europa y África. Publicó
más de 30 libros en más de 30 países. Tradujo a Voltaire, a Shakespeare y a Quevedo.
Recibió la beca Guggenheim y -entre otros premios- el Herralde, el Rey de España y
el Moors Cabot. A pesar de los pesares, y a caballo de un mundo que siempre necesita
ser revisitado, Caparrós sigue escribiendo.