Por Lalo Zanoni Periodista especializado en comunicación digital y nuevos negocios.
El efecto Streisand es un fenómeno que ocurre cuando alguien intenta censurar, ocultar
o eliminar alguna información en internet, pero ese intento genera el efecto contrario: el
contenido se difunde aún más. Se llama así porque en 2003 la famosa actriz y cantante Barbra
Streisand quiso evitar que una foto aérea de su casa en Malibú se hiciera pública y demandó
al fotógrafo desconocido (que además no era un paparazzi, hizo la foto de casualidad y por
otro motivo). Entonces la foto de la mansión -que antes nadie había visto- se viralizó
gracias a los usuarios que se apiadaron del demandado y la hicieron circular por todos lados.
En resumen, el efecto Streisand -que hoy tiene su espacio hasta en Wikipedia- dice que
cuanto más querés ocultar algo en internet, peor es: más se multiplica.
Ahora estamos ante el nacimiento de otro efecto, llamado el "efecto Ghibli", que seguramente
marcará un antes y un después en el debate sobre los derechos de autor y la inteligencia
artificial. Veamos.
El Studio Ghibli es uno de los estudios de animación más importantes del mundo. Fundado
en Japón en 1985 por Hayao Miyazaki e Isao Takahata, creó clásicos como Mi vecino Totoro,
La princesa Mononoke y El viaje de Chihiro. Aunque es japonés, el nombre Ghibli viene del
italiano. Es una palabra que se usa para nombrar a un viento cálido del desierto del Sahara.
También fue el nombre de un avión italiano: el Caproni Ca.309 Ghibli. Y Miyazaki era fanático
de la aviación. La idea era que el estudio trajera un "nuevo viento" dentro de la animación
japonesa. Lo logró. Studio Ghibli no solo ganó un Oscar en 2003 a la mejor película de
animación por la excelente El viaje de Chihiro, sino que también conquistó a millones de fans
en todo el mundo con personajes inolvidables y grandes historias.
En este momento, mientras escribo estas líneas, en las redes circulan miles de imágenes
hechas con IA que imitan muy bien el estilo Ghibli. Esta fue la primera. Fue generada por
ChatGPT y publicada por Sam Altman (CEO de OpenAI) la semana del 22 de marzo, cuando
arrancó la tendencia viral gracias a sus 3,5 millones de seguidores en X. Para completar su
gran movida de PR, Altman agregó la provocadora frase: "Feel the AGI" ("Sentí la AGI"). La
reacción fue inmediata: la gente empezó a crear sus propias imágenes ghiblificadas, en fotos
famosas, memes, etc.
Miyazaki alzó la voz. En realidad lo hizo hace nueve años, en 2016, y ahora muchos medios
levantaron ese video donde el cineasta habla en contra de la IA. Dijo que la IA es "un insulto
a la vida misma" pero en realidad no se refería concretamente a lo que hoy puede hacer
ChatGPT con su famoso estilo. Seguramente ahora Miyazaki piense lo mismo o peor, no lo
podemos saber. Pero lo que sí sabemos es que su marca autoral y su estudio es, en teoría,
el más perjudicado por esta nueva función de lenguaje de OpenAI. Millones de imágenes
creadas con su trazo que no pagaron ni un dólar por ello.
En el frenesí por generar imágenes lindas con nuestra foto de perfil, muchos pasaron por
alto el tema de la privacidad (aunque a muy pocos usuarios les importa este tema, tan siglo
pasado). En este momento miles de personas están subiendo sus caras, las de sus familiares
y amigos a ChatGPT para ver cómo se verían al estilo Ghibli, Pixar, Disney, los Muppets o
imitando a Los Simpson. Lo hacen de forma voluntaria, sin saber que eso le permite a OpenAI
acceder gratis a miles de rostros nuevos para seguir entrenando a sus modelos de IA..
¿Y qué problema hay con esto? Algunos dirán que OpenAI igual puede usar fotos de internet.
Pero no es lo mismo. En la Unión Europea, por ejemplo, si OpenAI toma imágenes de internet,
debe demostrar que hay un "interés legítimo" y tomar recaudos para no afectar a las personas.
Incluso podría tener que excluir algunas imágenes de sus entrenamientos.
Pero, en cambio, si sos vos el que subís tu foto (o el de cualquier persona), estás dando
tu consentimiento explícito. Legalmente, eso le da a OpenAI más libertad para usar todos
esos datos sin tantas restricciones. En su política de privacidad queda claro: si no te excluís
manualmente, tus datos pueden ser usados para entrenar sus modelos. Pero ya sabemos que
Europa regula, Estados Unidos avanza y China... bueno, es China.
La movida de OpenAI fue muy astuta. Miles de personas están, ahora mismos, subiendo fotos
nuevas, incluyendo retratos familiares, imágenes íntimas o fotos que probablemente nunca
estuvieron en redes sociales. OpenAI ya tiene el acceso fácil y gratuito a estas imágenes
originales. En cambio, las redes sociales como X o IG, solo verán directamente la versión
ghiblificada de todo ese contenido.
Todo en uno
Otro de los temas de la jugada de ChatGPT es que se comió, de un solo bocado, a la gran mayoría
de las demás apps generativas de imágenes con IA: Copilot, Adobe Firefly, Canva, Dalle, Mid
Journey, Ideogram y varias más. Esto cambia radicalmente el mapa de la IA que teníamos
hasta mediados de marzo. Habrá que ver cuál es la reacción de todas las otras plataformas
para seguir compitiendo en una industria que tiende a concentrarse a la velocidad de la luz.
Y que además es muy cara, con lo cual una startup de IA chica y de pocos recursos tiene muy
pocas chances de afrontar los costos para poder competir con las más grandes.
Esa concentración iba a ocurrir tarde o temprano. Y es lógico: el usuario no quiere 20 opciones
distintas de IA para hacer una imagen, charlar, generar un texto profesional o hacer un video.
Si lo puede hacer solo con una, elegirá la mejor, la más fácil y la más rápida. Y con la potencia
de lo nuevo que mostró ChatGPT, el usuario ya no necesita apps o servicios de terceros para
lograr hacer todo eso.
Derechos de autor
Con lo nuevo de OpenAI, saltaron varias alarmas para alertar sobre posibles violaciones a los
derechos de autor de las obras, por ejemplo, del Studio Ghibli.
Pero el estilo no se puede proteger por ley. Este punto es clave: no se puede registrar ni
proteger un "estilo", por ejemplo, el trazo de un ilustrador, los colores de una obra o el tono
de una fotografía. La ley solo protege la obra puntual, no el "cómo" fue hecha. Eso hace que,
en el mundo digital, muchos artistas vean sus estilos copiados sin que haya consecuencias
legales.
Pero el nudo del problema legal es que si los algoritmos de OpenAI, o cualquier otra plataforma,
pueden replicar con precisión cualquier estilo, esto significa que el modelo fue entrenado
usando cientos de obras originales (que sí están protegidas por la ley de copyright). Y las
empresas de IA, hasta el momento, no pagaron por usar esas obras para entrenar a sus
algoritmos. Pueden ser fotos, libros, canciones, voces, cuadros, etc.
Habrá que determinar legalmente si el uso de esas obras protegidos con derechos puede
ser considerado de "uso justo" (fair use), pero esa discusión legal todavía está en veremos.
Porque la tecnología, ya lo sabemos, va mucho más rápido que los tiempos de la justicia.
También en los Estados Unidos.
Ahora que este nuevo generador de imágenes puede imitar estilos con una precisión increíble,
otros nuevos artistas descubrirán que OpenAI usó sus obras protegidas para entrenar el
modelo, aprovechándose de su talento, trabajo y esfuerzo creativo.
La empresa dirigida por Sam Altman ya recibió varias demandas de escritores, artistas y
otros creadores de contenido por violación de derechos de autor, ya que en ningún momento
pidieron consentimiento ni ofrecieron compensación económica a los dueños de los derechos.
El caso más conocido fue el The New York Times, cuando el año pasado demandó a OpenAI por
usar, sin pagar, cientos de sus artículos, generados por su staff periodístico, para entrenar a
ChatGPT.
Hasta ahora, lo que empezó como un juego viral terminó exponiendo los límites -o
directamente la falta de ellos- en el uso de la IA generativa. Porque detrás de cada imagen
simpática que pulula por la web hay decisiones tecnológicas, legales y éticas que afectan
a millones de personas. ¿Es justo que una empresa se apropie del trabajo de artistas sin
pagarles ni avisarles? ¿Dónde queda la autoría en un mundo donde todo puede copiarse
al instante? Y si, por el contrario, las empresas no pueden usar las obras artísticas que el
mundo generó y genera, ¿de qué manera puede entrenar y avanzar la IA? Las respuestas no
están claras, pero la discusión ya está instalada.
Una posible respuesta -o al menos una pista- es que necesitamos repensar por completo
la ley de derechos de autor. En la práctica, quedó muy antigua para regular un entorno donde
las máquinas pueden imitar estilos, voces o imágenes con una facilidad pasmosa. La IA no
solo vino a cambiar el mundo del trabajo, las ideas o la creación de contenido: también puso
en jaque los marcos legales que organizaban los paradigmas de aquel mundo. Tal vez sea
hora de aggiornar esas reglas antes de que todo se vuelva irreconocible.
El efecto Ghibli no solo revela la fascinación por un estilo visual icónico, sino que también
pone en evidencia cómo las grandes empresas tecnológicas aprovechan esa fascinación
para entrenar sus modelos, captar datos y consolidar su dominio. Tal vez dentro de unos
años miremos este momento como un punto de quiebre, una bisagra donde se empezaron a
trazar nuevas fronteras entre lo humano y lo artificial, entre lo que creamos y lo que pueden
replicar las máquinas.
Y cuando llegue ese momento, quizás nos acordaremos del efecto Ghibli del mismo modo
en que hoy recordamos al Efecto Streisand: como un punto de inflexión, una advertencia
temprana sobre lo que pasa cuando intentamos frenar -o ignorar- una fuerza que ya es
imparable. Como la IA.