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KUITCA 86
Reencuentro con la pintura en el MALBA


María Paula Zacharías
Foto: Gentileza GK
Tapa: GK, Taller de Cangallo (hoy Perón), 1985


Revista Reporte Publicidad #sumario 160
Kuitca 86, 2024 (detalle)
Foto de Nicolás Beraza

Guillermo Kuitca se reencuentra con el público argentino después de 22 años con el regreso al Malba desde su última exposición, en 2003, cuando el museo estaba recién inaugurado. Aquella era su primera muestra institucional y también significó una vuelta después de 17 años sin mostrar su trabajo en el país. Kuitca expone cada dos décadas, en promedio. Como el paso de un cometa, habrá que aprovechar para ver esta rareza cuando ocurre.
Barrilete cósmico, ¿de qué planeta vienen estas pinturas? Mitad drama, mitad melodrama, hay un paso del rojo al celeste en ese cambio de estado anímico, un progresivo abandono de la figura humana, y varias constantes: las sillas, los espacios interiores, las camas, los mapas, los teatros. El tema en realidad es la pintura y su potencia expresiva, sensible. La capacidad de trasmutar sentimientos. O, quizá, todo se trate de la historia del arte.
Con estas piezas, de diversos formatos, soportes y técnicas, Kuitca forjó desde la pintura una investigación espacial y material que dio lugar a un repertorio iconográfico propio. Kuitca 86. De Nadie olvida nada a Siete últimas canciones (sala 5, nivel 2, hasta el 16 de junio) es una exposición que propone un enfoque en profundidad sobre una etapa crucial de su labor, en el 50º aniversario de la primera exposición realizada en la galería Lirolay en 1974, a sus trece años. El eterno Joven Kuitca, en realidad, nunca fue joven, y tampoco niño. Desde los cinco años ya era pintor. "A los seis o siete años me sentía vivo mientras pintaba", recuerda hoy el artista.
Revista Reporte Publicidad #sumario 160
El mar dulce, 1983
Pintura acrílica sobre tela
130 x 200 cm
Colección Eduardo F. Costantini

La muestra está compuesta por 77 obras de las colecciones de Malba y de Eduardo F. Costantini, y de otras colecciones privadas y públicas. La mayoría de estas piezas se encuentran en la Argentina o en los últimos años han retornado al país luego de haber sido llevadas al exterior en el marco de distintas exposiciones y de haber quedado en ciudades de Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. Se logra así, con este conjunto, recuperar la dimensión experimental de sus obras iniciales, como Nadie olvida nada, comenzada en 1982, El mar dulce, iniciada en 1983, y Siete últimas canciones, presentada en 1986, junto a una selección de dibujos y documentos.
Revista Reporte Publicidad #sumario 160
El beso que me dabas en Odesa de la serie El mar dulce, 1984
Acrílico sobre tela
195 x 347 cm
Colección Gilberto Chateaubriand,
Museu de Arte Moderna do Rio de Janeiro

Revista Reporte Publicidad #sumario 160
Siete últimas canciones, 1986
Acrílico sobre tela
141,5 x 226 cm
Colección Malba
Foto: Nicolás Beraza

Revista Reporte Publicidad #sumario 160
Siete últimas canciones, 1986
Acrílico sobre tela
140 x 170 cm
Colección Rubén Espósito y Paula Tassara
Foto: Nicolás Beraza

Kuitca luce satisfecho en la inauguración, con cierta timidez, siempre. Dice: "Con los cuadros me fui cruzando a lo largo de estos cuarenta años. A diferencia de los escritores, que pueden evitar volver leerse, los pintores tenemos que mirar de frente lo que hemos hecho tiempo atrás. A alguna de estas obras no las veía desde hace 38 años. La memoria es muy especial, puedo olvidarme de todo (de hecho, lo hago), pero hay una memoria que ni siquiera es visual, es pictórica. Es un clic: el elenco pictórico está ahí. Yo reconozco que hice ese cuadro, y todo se traduce a un presente. Es sobrecogedor. Ojalá el público pueda ver esta muestra desde el hoy, desde lo que significan estos cuadros en el presente".
En la muestra de Malba aparece el llamado Joven Kuitca, que estaba fascinado por la coreógrafa alemana Pina Bausch, el teatro del director polaco Tadeusz Kantor y el cine de Sergei Eisenstein. "La época de la que esta muestra da cuenta es el pasaje entre la Dictadura y la Democracia, un pasaje con altos y bajos. La muestra reúne obras que tienen una mirada política, pero con una cierta distancia. La pintura permite eso: acercarse y alejarse al mismo tiempo. Es un medio que no se puede forzar a que diga algo o dé cuenta de un momento político muy específico, en mis manos se resistía mucho. Lo que veo es un aire de época. La pintura fue siempre para mí el lugar donde yo, mal o bien, tenía que encontrar las posibilidades para que estos temas que a mí me obsesionaban tuvieran su espacio", cuenta Kuitca.
El pintor se mira en su obra. Se reconoce. "Quizá mi pintura, mi toque, se haya modificado por todo lo que hice en el medio. Como la voz va cambiando, la pincelada también", dice. Las obras seleccionadas contienen en altas dosis el germen de lo que vendrá después. "La intención es hacer foco en 1986, con fugas puntuales a series icónicas inmediatamente anteriores y posteriores. La estrechez de la ventana temporal -una especie de inicio del Big Bang kuitquiano- trae al presente a ese artista jovencísimo que empezaba a encontrar en las nuevas pinturas, de una carga experimental altísima, un lenguaje muy propio en concordancia profunda con su época. Si el título Kuitca 86 enfoca, el subtítulo, De Nadie olvida nada a Siete últimas canciones, amplía detalles sobre las pinturas incluidas, tanto las icónicas e insoslayables como muchas otras raramente o nunca exhibidas", explica Sonia Becce, curadora de cabecera de Kuitca desde hace décadas, quien cuidó esta puesta junto con Nancy Rojas, staff del Malba.
"El Kuitca del 86 nos invita a localizar la fuerza en los procedimientos antes que en los temas, en las variaciones lentas y en la táctica de la diseminación antes que en las transformaciones drásticas. Desde una perspectiva geopolítica y asumiendo la crisis del canon modernista del arte, la producción exhibida en esta exposición actualiza las lecturas sobre el entramado discontinuo que constituyen el arte moderno y contemporáneo. En este sentido, potencia la mirada del arte latinoamericano como una miscelánea de relatos parciales propensos a los derrames temporales que habilitan encuentros intergeneracionales", explica Rojas.
Kuitca es porteño, nacido en 1961 y criado en Buenos Aires, donde actualmente vive y trabaja. No suele frecuentar el circuito artístico, aunque lo forjó: por la Beca Kuitca, espacio de formación que sustentó entre 1991 y 2011, pasaron más de cien artistas que tuvieron un quiebre en sus carreras, un indudable despegue. Kuitca, igual, no es habitué de inauguraciones. Trabaja. Trabaja mucho en su casa taller de Belgrano R, y expone mayormente en el exterior. Entre las últimas muestras están la del Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry de Uruguay, el Lille Métropole Musée d'art modern de Francia, la Kunsthaus Pasquart en Suiza, la Pinacoteca del Estado de São Paulo, el Centro de Dibujo de Nueva York, entre más de sesenta exposiciones individuales. Después de su colaboración a largo plazo con la Fondation Cartier Pour L'Art Contemporain, Kuitca fue nombrado Chevalier de l'Ordre des Arts et des Lettres en 2018.
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Tres días, 1986
acrílico sobre tela
213 x 235 cm
Colección Balanz
Foto: Gabriel Valansi, cortesía de Colección Balanz

Revista Reporte Publicidad #sumario 160
Tres noches, 1986
acrílico sobre tela
Colección Constantini

Ahora mismo, y hasta diciembre de 2027, puede verse en París La Chapelle, su intervención en el Museo Nacional Picasso de París, donde creó una obra específica para el sitio en la capilla del Hôtel Salé. Desde su intervención en la Bienal de Venecia de 2007, con la serie Desenlace, Kuitca ha desarrollado un nuevo lenguaje, en sintonía con la arquitectura, que el artista denomina "pintura cubista", en la que un conjunto de líneas que se entrecruzan, como pliegues en el plano, se despliega directamente sobre las paredes, creando un nuevo espacio pictórico. A través de estos experimentos, se conecta con la historia del arte moderno, invocando el cubismo como la huella de un movimiento que opera como una difracción de la realidad, la construcción de un espacio imaginario.

Pero ese es el Kuitca que viene después. El de la muestra es el que se fascina con Pina, y se va tras ella a Europa a trabajar para ella. "Fui pintor siempre, desde muy chiquito, y en un momento debo haber visto en el teatro algo muy poderoso, más cercano a mi poética", cuenta el artista. En ese tiempo, creó junto a Carlos Ianni las obras Nadie olvida nada (1982), Besos brujos (1983) y El mar dulce (1984). Al principio descreía de la escenografía: "Pensaba que era el lugar al que se mandaba a los artistas plásticos a relacionarse con el teatro". Pero abrazó la tarea de escenógrafo en el Teatro San Martín, en 2002 con La casa de Bernarda Alba y en 2022 con Bodas de sangre, ambas con Vivi Tellas, y en 2003, con la ópera Der Fliegende Holländer, de Richard Wagner, en el Teatro Colón de Buenos Aires. En 2007 The Metropolitan Opera de Nueva York presentó su exhibición Guillermo Kuitca: Stage Fright, que reunió sus trabajos sobre planos de teatros de ópera. También está el Kuitca telonero: en 2009 diseñó el telón permanente para la Winspear Opera House de Dallas, obra del arquitecto Norman Foster, y en 2010 realizó el nuevo telón del Teatro Colón, junto a Julieta Ascar.

El Museo de Arte de Zapopan, México, presentó recientemente la muestra Federico García Lorca y Guillermo Kuitca: Vals en las ramas, con manuscritos de uno y dibujos y bocetos del otro. "Todavía tengo un lugar posible en el teatro. La relación con el teatro fue a partir de la crisis con la pintura, buscando un campo donde moverme y ese fue el teatro", dice.
Revista Reporte Publicidad #sumario 160
Nadie olvida nada, 1982
Acrílico sobre cartón entelado
24 x 30 cm
Colección del artista

La camita amarilla es un ícono de esta muestra y de la obra de Kuitca. Es la obra más pequeña pero a la vez la más cargada de sentido. Es la camita de Kuitca, que está siempre con él en su estudio, entre el sofá, la televisión y la biblioteca. Su cuarto se recrea en el de Van Gogh en otra pintura, y también en una maqueta deliciosa, cargada de colores. Pero esa pinturita es donde empieza todo. "Es la obra que más viajó. Es la única de la serie Nadie olvida nada que está conmigo, a partir de un incidente del año 1989. Fue robada y la pude recuperar más tarde. Entonces, le puse ese marco importante y decidí quedármela. Yo no tengo una gran colección de mi obra. No pensé en su momento en formarla. Esa es una obra que quiero mucho. Se convirtió en un objeto muy afectivo. Me cuesta verla como pintura", cuenta el artista. Solo por ver esta obra pequeña y poderosa vale la pena acercarse al Malba. Por las otras 76, también.

Anuncian en la edición #160