En marzo de 2024 comencé a publicar una columna semanal en la sección Cultura del diario
Perfil. Mi incorporación venía a suturar el hueco irreemplazable que abría el dramaturgo
Rafael Spregelburd al retirarse de golpe e iniciándole un juicio al medio. Debí haberlo
sospechado, algo andaba mal en todo eso. ¿Por qué alguien como Rafael se iría así? ¿Por qué
yo correría para llegar al cierre, dos días después, con mi primer texto? Pero el renombre de
los autores que componen ese mosaico de columnas de opinión que es la página de Cultura de
los sábados me tentaba; tanto los del staff actual como los nombres del pasado, que incluyen
a Rodolfo Enrique Fogwill, Fabián Casas y Pedro Mairal, entre otros.
Aceptado el desafío, me entregué de lleno a la tarea. A veces leer y reseñar con vuelo
poético -para que no se note la reseña-, a veces crear, ensayar una idea, cortar los
kilos de palabras que sobraban a la hora de escribir, acomodándome a la tiranía del papel
impreso para ajustarme a los caracteres solicitados. A la par, reclamaba el pago de las
facturas adeudadas que desde el comienzo iban acumulándose. Me mantuve entusiasmada,
de alguna forma, porque me reconocían. Y si bien el honorario iba a ser malo y esto era
vox populi desde siempre, mi nombre iba a estar al lado de esos grandes nombres de
la literatura. ¡Todo un prestigio! ¡Qué placer! Con ingenuidad, pensaba: soy escritora,
no invento vacunas ni levanto puentes, no importa si se acumulan los meses de deuda.
Borges decía que los buenos libros contienen en el inicio alguna parte de su resolución. La
pista estaba ahí, no supe verla. Con el diario del lunes, pienso que esta anécdota personal que
intento contarles ya estaba signada en esa primera columna que me puse a escribir contra
reloj y porque otro autor se bajaba del barco.
Desde que tengo memoria, escribo a pesar de los medios y las editoriales, de los derechos de
autor y de los representantes. También del entramado político de turno. Siempre fue así. Y
así parece que son las cosas en todos lados. Se escribe igual y a pesar de todo. Se hace porque
se quiere hacerlo, porque el motor es el deseo y aunque los Excels ardan en deudas. Pero ¿es
lo mismo un grupo de medios que la escritura artística?
Con estos argumentos y autoconvenciéndome semana tras semana seguí presentando en
tiempo y forma mis columnas. No me molesta escribir gratis, lo hice mucho tiempo y para
muchas revistas: Polvo, Paco, Vayaina Mag, Tónica, Nadie quiere Morir, En el margen y un
largo etcétera. Lo hice porque quería, para apoyar proyectos que consideraba merecían mi
colaboración desinteresada y del mismo modo en que ahora aceptaba escribir a cambio de la
módica suma de cincuenta mil pesos por cuatro o cinco columnas al mes. Lo hice porque era
eso lo que había pactado y porque respeto los pactos cumpliendo mi palabra.
Escribir es el oficio que menos tecnología requiere. Un lápiz, un papel, una computadora... Y
si bien hay que tener cierta tranquilidad mental para poder expresar una idea en un texto, es
cierto también que la escritura acompaña momentos de vértigo y desolación, como son estos
tiempos aciagos de falta de empleo y recorte del gasto público; estos tiempos en los que unos
pierden para que otros ganen tajadas mayores y en los que se puede agredir verbalmente y
sin reparos. Pistas para que empecemos a pensar qué poco valor tiene la palabra y el simple
acto de empeñarla con coherencia.
En los dos años que trabajé para el Grupo Perfil publiqué 62 columnas que aún están on
line y que fueron impresas en la versión papel del diario. Solo cobré en dos oportunidades
y tras reiterados reclamos. Facturaba todos los meses el irrisorio monto e inmediatamente
entraba en la bicicleta de excusas.
Alguien está timbeándose nuestros honorarios
Mientras el autor cumple su compromiso de entregar en tiempo y forma para cada cierre, el
multimedio se las arregla para parecer la víctima de la relación y no cumplir con su parte del
pacto laboral. "Nos embargaron las cuentas". "Tenemos problemas financieros". "Después
de pagar aguinaldos"... Cualquier excusa les sirve para sostener la creación de contenido
sin demasiado costo, o usando la espalda de un columnista independiente. La asimetría es
total. Un profesional que emite factura y paga monotributo termina bancando la solvencia
de un grupo que cuenta con más de una docena de medios. Todos lo saben, pero no está
demás aclararlo, el Grupo Perfil es dueño de Net TV, Perfil Radio, Bravo TV, FM Horizonte,
Revista Noticias, Caras, Mía, Rouge, Parabrisas, Fortuna, Weekend, Buenos Aires Times, Canal
E y ¡cómo olvidarlo! el sitio perfil.com.
Todavía leemos
Si bien los medios digitales alentaron la circulación de mensajes escritos al tiempo que se
desacelaraba el uso de las llamadas telefónicas, hoy estamos frente a un uso del lenguaje
más acelerado y desprolijo; uno que, de ningún modo, mejora los modos de expresión o la
riqueza lingüística. Escribimos más mensajes y leemos más, leemos todo el tiempo, pero no
por eso lo hacemos mejor. La pregunta por "cómo leemos" es crucial para imaginar el futuro
y para pensar qué legado les dejamos a las nuevas generaciones.
Leer en diagonal no es leer. Sobrevolar la superficie de los textos, o conformarse con titulares
de 280 caracteres, tampoco. Se necesita profundidad, tiempo, atención plena, argumentación
y ahondar más en los textos para no perder capacidades subjetivas que teníamos conquistadas.
Nadie editó mi trabajo el día en que hice pública mi situación en el mismo espacio de la
columna. Lo sospecho a partir de que ni siquiera se corrigieron las erratas y, sobre todo,
porque el responsable de la denuncia era el propio medio que, horas más tarde, imprimiría
y distribuiría en todo el país ese texto tal y como lo envié. Ni siquiera leyeron la nota cuando
el titular de la columna era: "Nadie lee nada", un guiño irónico que añadí al final de la
performance y como gesto que hubiera podido llamarle la atención a alguien.
Tapar el sol con la mano
Tras la publicación del absurdo, la versión web de la nota fue censurada por 12 horas
aproximadamente. Recibí el llamado de Fopea y del Colectivo Periodistas Argentinas, pero
la columna ya circulaba en papel y se hizo viral gracias a la foto de la página del diario que
capturó un periodista que además escribió un hilo contando lo sucedido. Esto activó el
llamado telefónico de casi todas las radios y los medios, que vieron reflejada la realidad de la
mayoría de los trabajadores de prensa.
La censura puso en marcha el llamado "efecto Streisand": aquello que quieras esconder
será más buscado y compartido que antes. Esto aceleró la viralización de la noticia que,
tras ser Trending Topic en X, recibió un RT del presidente de la Nación Javier Milei en
público enfrentamiento con Jorge Fontevecchia, rebautizado por él como: "Tinturelli".
¿Qué habrá hecho pensar a quién que bajar la nota era una buena idea? Peor,
¿qué habrá hecho pensar a quién que se puede usar el trabajo intelectual (o el
que sea) de una persona en forma sistemática sin siquiera darle una fecha de
pago lejana? La lógica del abuso llegó para quedarse y no importa cuánto ruido
haga el saber que hay maltrato o abuso de poder en cualquier lugar: todo pasa.
La velocidad que impone la web funciona como la energía de un fósforo: dispara estímulos
con toda su fuerza pero no produce respuestas. Los temas pasan y los chismes de modelos
y famosos, o la debacle de la política y la economía, apagan en segundos la candencia de los
conflictos que se plantean. No hablo del periodismo, hablo de todo lo que pierde relevancia
y agenda en apenas segundos.
Vivimos inmersos en un ambiente digital que nos expulsa. "La instantaneidad nos
destrozará", podría ser el título de esta nota. La velocidad de estos tiempos solo convoca
al error, al furcio, a la errata. Nada importa demasiado, solo consumí. No se pide disculpas
ni se saluda antes de encargar un trabajo por WhatsApp. Y la lógica de la web se expande
a todos los escenarios de nuestra vida. Si alguien te habla mucho en el subte: está loquito;
si un vendedor te pregunta cómo estás: te enoja que no resuelva tu pedido con inmediatez;
si suena el teléfono de línea: le decís al que te llama que te escriba un mensaje la próxima.
La crisis del periodismo no es tal cosa. Estamos frente a la crisis total del pacto laboral. No
importa de qué rama de la actividad hablemos. Ni siquiera de la diferencia entre trabajadores
privados, estatales o cuentapropistas. Acá y en casi todos los rincones del mundo, las
relaciones laborales están deformándose. Se suma a este momento revolucionario y crucial
el hecho de vivir en la Argentina, un país en el que, de un tiempo a esta parte, los mandatos
presidenciales se desconocen a poco tiempo de haber sido otorgados. No hay disciplina,
educadores ni rama sindical que no haya dado aviso de esta profunda transformación del
mercado laboral en la que estamos inmersos pese a que nos hagamos los distraídos. El río
está revuelto y algo habrá que hacer con todo esto.
Foto de apertura: Unsplash