opinión : contenidos
Lo que el viento se llevó - o dónde está mi película
Por Horacio Marmurek
Periodista de cultura y espectáculos
El pasado 27 de mayo de este atribulado 2020 se hizo efectivo el lanzamiento de HBO
Max, la aplicación que concentra todos los contenidos del conglomerado WarnerMedia
Entertainment, división de la poderosa empresa de telecomunicaciones AT&T, en los
Estados Unidos.
Una idea hermosa que busca competir con Netflix, Disney y Amazon en un mercado
como el de las OTT, cada vez más complejo y saturado, que opera a escala global de una
manera inédita hasta ahora.
Las noticias de este nuevo gigante del streaming en los medios incluían hablar de los
contenidos originales, de los futuros proyectos de HBO, de la concentración de todas las
películas de la saga Harry Potter en un solo lugar y de los superhéroes, donde destacaba
el promocionado estreno de un corte del director de la película de "Liga de la Justicia", un
fracaso cinematográfico en términos de crítica y algo de público que prometía encontrar
un mejor camino en este formato, más cercano a la miniserie que al cine.
Uno de los podcasts de la NPR, la radio pública estadounidense, daba cuenta de todo eso
pero resaltaba que lo primero que había hecho uno de los conductores apenas accedió
al servicio fue ver uno de los viejos cortos de Bugs Bunny dirigido por Chuck Jones. Un
elemento nostálgico para todos los que tenemos más de cuarenta y que nos criamos a
repetición pura de estas piezas, algunas pensadas para el cine, en la televisión de aire de
las décadas del setenta y del ochenta.
Esos cortos hoy son una rareza porque no suelen emitirse en los canales de niños, salvo
en horario nocturno o en un canal que parece para niños pero es más de nostalgia, como
Boomerang, parte de WarnerMedia.
Y la apelación a la nostalgia venía de la mano de un adulto con acceso a un elemento
que fue parte constitutiva de su identidad, de su infancia y de su forma de ver el mundo.
Podemos ahorrarnos las comparaciones de Alberto Fernández o de Ariel Dorfman sobre el
mensaje emitido por estas piezas animadas hace algunos meses, ya que no necesariamente
los que fuimos espectadores de esos dibujos salimos capitalistas irredentos. O no todos
por lo menos.
El valor del archivo o de la biblioteca se simbolizaba en ese ejemplo, la posibilidad de
acceder no solo a la novedad sino de hacer uso de un vasto universo de elementos
audiovisuales creados a lo largo de más de noventa años de producción. El acceso,
hoy en día, a una vida de formación interna, a una forma de narración, a una mirada
sobre el mundo o simplemente al entretenimiento de antes, por obra y maravilla de la
tecnología, las fusiones entre empresas y, por supuesto, el dinero que paga el usuario
por una suscripción.
Dos días antes de este lanzamiento, el país gobernado por Donald Trump conocía la
noticia de la muerte de George Floyd, un afroamericano, a manos de la policía. Este
hecho desató una serie de protestas y represiones que llamaron la atención de todo
el mundo y dejaron a la vista que la discriminación racial no está latente sino que es
cotidiana. El movimiento Black Lives Matters creció en seguidores y creó una corriente
de discusión en los medios y debates internos en las empresas que buscaron reaccionar
rápidamente tomando posición. Claro que tomar posición fue en muchos casos colgar
un cartel de apoyo en redes sociales o hacer una pestaña dentro de los servicios con
"películas sobre" o "series sobre". Seguramente fuera genuino el interés por parecer
preocupados u ocupados, pero la sensibilidad frente a la vida o la muerte de toda una
parte de la población no se soluciona en redes sociales.
El debate abierto en los medios incluyó una carta escrita por John Ridley, guionista
de la película ganadora del Oscar "12 años de esclavitud", y publicada en Los Angeles
Times en la que exigía que el recién estrenado sistema HBO Max sacara de su archivo
el clásico "Lo que el viento se llevó" por "perpetuar los estereotipos más dolorosos para
los afroamericanos". Como consecuencia, la cadena retiró el film.
Obviamente, al hacerlo se abrieron otras discusiones posibles: ¿cómo se juzga una
producción artística? ¿Con los ojos de hoy o entendiendo que son producto de una época
y un lugar? Si una de las grandes ventajas es el catálogo irrestricto de un estudio, ¿por
qué el primero que sufre es el catálogo? ¿Y entonces tener todo en streaming no da
seguridad de tener acceso por siempre?
Estas y otras preguntas llevaron a otros cruces sobre la representatividad de las minorías
en los medios y abrieron aún más puertas sobre ejemplos tóxicos o nocivos. Pero para
analizar o contestar alguna de estas preguntas, vayamos una a una.
"Lo que el viento se llevó" ha vuelto al catálogo de HBO Max con un corto previo de cuatro
minutos y un documental de una hora agregado para explicar el contexto en el cual se
hizo, por qué se hizo y, se supone, qué parte de su relato está mal. Educar al público es
una gran alternativa, que le permitió a la empresa mantener esta película en su catálogo
y no hacer como Disney con su "Canción del sur", una película animada que cuando se
estrenó en 1946 fue considerada racista, demostrando que aun para los estándares de
la época era demasiado. "Desde que me convertí en CEO sentí que "Song of the South",
incluso con un descargo de responsabilidad, simplemente no era apropiada en el mundo
de hoy", dijo Robert Iger en marzo durante una reunión de accionistas. "Es difícil, dado
las representaciones en algunas de esas películas, sacarlas hoy sin alguna consecuencia
por su contenido". Y tanto es así que una de las atracciones de los parques temáticos
de la empresa basada en esa cuestionada película dejará de llamarse Splash Mountain
y perderá toda las señales que la caracterizan, para pasar a ser conocida como el juego
de "La princesa y la rana", el film con la primera protagonista negra de la historia de la
compañía del ratón.
¿Quiere decir que si alguien por mero interés antropológico o histórico quiere ver estas
películas tan fuera de este tiempo no puede? Las ventas de "Lo que el viento se llevó" se
dispararon de una manera increíble, tanto física como digitalmente, y aseguraron que
una película que no había sido vista nunca por un montón de espectadores consiguiera
un público nuevo. No creo que todos fueran racistas buscando apoyar la esclavitud. Ni
tampoco que todos esperaran encontrar una película de cuatro horas que cuenta un
amor en los tiempos de la guerra de Secesión de los Estados Unidos (recordemos que la
queja sobre "El irlandés" de Scorsese era su duración). Sí creo que la posibilidad de perder
el acceso a algo despierta una reacción opuesta que moviliza al público. No perderse
nada, tener todo aunque no lo veamos, es un mal de estos tiempos de supuesto acceso
irrestricto.
La copia física de una película termina pareciendo la mejor forma de asegurarnos la
posibilidad de no tener que negociar con nadie nuestro derecho a verla. Porque hasta
las copias digitales pueden ser borradas de nuestra biblioteca si alguno de los servicios
que la provee así lo dispone.
La mirada sobre los hechos artísticos de ayer, en la actualidad, tiene otras aristas. En
muchos casos, se aboga porque uno no puede desconocer de dónde viene para saber
si ha cambiado. Por otro lado, la perpetuación de los modelos tóxicos o nocivos de
representatividad no se combate con la imposibilidad de acceder a ellos sino con la
educación del espectador. Que vea una película o una serie donde se discrimine por
color, sexo o religión, no va a cambiar lo que ya se trae de la casa o de la escuela. Por
eso es interesante el planteo de ofrecer materiales extras, claro que eso también incluye
la decisión del espectador de verlo o no. Como todos esos avisos contra la piratería que
ponía el FBI antes de los filmes que han sido saltados con el control remoto cuando se
compraban películas copiadas frente a un supermercado no hace muchos años.
El voluntariado empresarial parece, a veces, cumplir con lo justo. Spike Lee cuenta en
la muy interesante serie "Dear...", del sistema de streaming de Apple TV+, que cuando
estaba estudiando le mostraron El nacimiento de una nación, de D.W. Griffith, el padre
del cine norteamericano. Formalmente era cierta la importancia técnica y estética de
esa película, pero su profesor obvió contar que el resurgimiento del Ku Klux Klan en la
década del veinte se debió a lo que exaltaba la misma. El cineasta es hoy director de
carrera en esa universidad y se encarga de enmendar ese y otros errores a la hora de
formar a los próximos artistas audiovisuales.
La serie Dear... está compuesta por seis capítulos de media hora con un protagonista
distinto en cada uno: un referente como Spike Lee, Stevie Wonder, Lin-Manuel Miranda
(el autor del musical "Hamilton"), Jane Goodall y otros provenientes de minorías, éticas o
sexuales, que reciben cartas de personas que fueron inspiradas por ellos. Latinos, negros,
homosexuales, inmigrantes ilegales y más les hacen saber, a través de esas cartas, sobre
la importancia de su trabajo, en muchos casos porque ellos se sentían parte del colectivo
que cada uno de estos referentes representa. Ellos sintieron que tenían un lugar y que
sus historias eran parte de las historias de estos ignotos. Eso los estimulaba para crecer
y entender que no hay una sola norma.
Por ahí ese sea un camino más largo y menos pirotécnico que los mensajes en redes
o el cercenamiento de un archivo porque no se condice con la corrección política del
momento. Quizá la posibilidad de ver más modelos distintos interactuando en todos los
roles sea el futuro.
Quizás en la Argentina nos encojamos de hombros y pensemos que eso está muy lejos
y no tenemos ese problema racial ya que aquí casi no hay afroamericanos o negros. Y
es verdad, pero hasta no hace mucho tiempo el ISER pedía a quienes quisieran egresar
con título de locutor que no tuvieran acento de provincia o de localía para no sonar
diferente de la centralidad porteña. Además, a pesar de tener una gran inmigración de
latinoamericanos en nuestro país, pocas veces ellos llegan a la televisión de aire. Hace
muy poco que la televisión argentina les abrió la puerta a las disidencias sexuales en
la pantalla. Y aún hoy la balanza entre mujeres y hombres no está resuelta. Quizá no
tengamos los problemas de "Lo que el viento se llevó" o "Canción del sur", pero no
podemos decir que no tenemos lo nuestro.