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¿Y dónde están las audiencias?


¿Y dónde están las audiencias?

Por Lalo Zanoni
Periodista especializado en comunicación digital y nuevos negocios


Animal Crossing: New Horizons es un videojuego de simulación social desarrollado por Nintendo para su consola Nintendo Switch. Se lanzó el 20 de marzo de 2020 y durante las distintas cuarentenas mundiales tuvo un enorme éxito. El objetivo es ir a una isla desierta para construir una comunidad desde cero y socializar con otras personas (hasta ocho jugadores por isla en cada juego). Las horas en la isla pasan en tiempo real, como en la vida off line. No hay tiros ni violencia, no hay que matar a nadie. El buen comportamiento, ser buena persona, tiene premios. Hay capitalismo, una moneda oficial (baya) para comprar cosas y otra alternativa (milla) limitada a otros fines. Animal Crossing fue el juego con más menciones en las redes sociales durante marzo, abril y mayo. En esos meses de pandemia por el COVID-19, el consumo de juegos aumentó 65%. Hasta acá, ninguna noticia relevante salvo para entender otro fenómeno gamer más. Pero hace algunas semanas, el candidato demócrata Joe Biden se metió a hacer campaña en Animal Crossing. Su avatar y el de su vice Kamala Harris tienen su propia isla, desde donde les piden a los demás usuarios que voten por su fórmula, se sacan selfies con los demás, etc. Hay merchandising de la campaña, como afiches con sus nombres para decorar los jardines y las casas y ese tipo de cosas.
Animal Crossing: New Horizons
El que lidera la parte digital de la campaña de Biden es Christian Tom, que dijo que su misión es “encontrar nuevas formas creativas e innovadoras para encontrarse con los votantes”. No es la primera vez que la política mira el mundo de los videojuegos. Ya en 2008, Barack Obama, entonces candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, había puesto sus anuncios de campaña en varios juegos online de Xbox Live (de Microsoft). Detrás de Biden, como suele ocurrir en la arena del marketing política, se sumaron otros candidatos. Como la congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez (conocida por sus iniciales AOC) que se metió a jugar una partida de Among Us, otro de los videojuegos de moda. A su vez, replicó su experiencia a través Twitch, donde alcanzó un pico de 439.000 espectadores simultáneos y un total de 5 millones de views, la tercera cifra más alta en la historia de esta plataforma de retransmisiones de videojuegos propiedad de Amazon. La activista AOC es un fenómeno en la comunicación millennial. Dio una charla TED a los 21 años, creó una editorial de libros infantiles a los 25 y hoy es una verdadera influencer. Después de un debate, en junio último, el color rojo de su labial fue furor en Twitter y ella tuiteó hace pocos días que era “Huda Demi Matte” de la marca Game Changer. Se agotó. Además es la cara de la última portada de la revista Vanity Fair. Se muestra muy power respecto a los derechos de las mujeres (busquen en Google cómo manejó el insulto y abuso del representante de Florida Ted Yoho, quien la llamó “puta perra”). Ocasio es hija de madre puertorriqueña y nació en el Bronx en 1989. Con apenas 31 años en 2018 se convirtió, hasta el momento, en la mujer más joven elegida para el Congreso en la historia de los Estados Unidos. Pueden ver su ascenso político en el documental A la conquista del Congreso en Netflix. Tiene muchos atributos positivos: mujer, linda, joven, feminista, potente, de origen latino, trabajó hasta el año pasado de moza y opositora férrea de Trump. AOC parece tenerlo todo. Su imagen visual, su campaña y redes sociales son manejadas por la agencia Tandem, de Scott Starret.

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Mientras tanto, en nuestra Argentina, el gobierno, a través de la titular de la Defensoría del Público, Miriam Lewin, propuso al Congreso la creación de un “Observatorio de la Desinformación y la violencia simbólica en los medios y plataformas digitales” bautizado NODIO. ¿Qué hará este Observatorio? “Trabajará en la detección, verificación, identificación y desarticulación de las estrategias argumentativas de noticias maliciosas y la identificación de sus operaciones de difusión”, según se lee en el sitio web oficial. Días después de que se conociera la creación de este organismo, el senador kirchnerista Oscar Parrilli del Frente de Todos propuso, de paso, ampliar sus funciones y monitorear un poco más: detectar a quienes difaman a los políticos. “El consumidor [sic] tiene el derecho a una información veraz, a que no se lo engañe. A veces se lo engaña deliberadamente con premeditación y alevosía”, sostuvo sin ponerse colorado. En el Congreso, Lewin no dio muchas precisiones del Observatorio. Dijo que no iban a sancionar a nadie, ni tampoco multar o encarcelar. Solo iban a observar, con lo cual no se sabe bien cómo ni para qué iba a existir el nuevo organismo. ¿Cuál es el objetivo real del insólito proyecto? ¿Cómo planean en NODIO “desarticular” una fake news? ¿Con qué mecanismo? ¿Con qué velocidad lo harán? ¿Qué tipo de redes tienen pensado monitorear? Por otro lado, para casos de discriminación y violencia ya existe el INADI y por supuesto, las leyes civiles y penales que cubren distintos tipos de delitos que una persona o un medio puede cometer. Las críticas no tardaron en escucharse. Desde la oposición pero también desde otros sectores, como la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, que manifestó que con NODIO “podrían vulnerarse normas y principios constitucionales”. “No es función del Estado ejercer una vigilancia sobre la información que difunden las personas humanas o jurídicas y las ideas que expongan en ejercicio de la libertad de expresión”.

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En la era del Big Data, la inteligencia artificial y entrando en el 5G, es evidente que ni Lewin ni otros funcionarios del gobierno de Alberto Fernández parecen entender cómo funciona realmente el circuito de la información en el mundo actual. Velocidad y escala. Videojuegos, TikTok, Twitch. Lo vimos con Trump en Tulsa <ver nota>. Lo vemos a diario con cualquier otra información vinculada con el coronavirus. Hay un mundo tradicional que sigue seteando sus agendas en base a los medios viejos y otro, mucho más real, que se maneja por otros circuitos. La brecha social y digital se agranda. Un estudio presentado por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y Microsoft, mostró que al menos 77 millones de personas que viven en territorios rurales de América Latina y el Caribe carecen de conectividad a internet con estándares mínimos de calidad. Sería oportuno que la gente de NODIO trabajara sobre esto y no sobre la información. Y con las marcas pasa algo parecido, pero la industria tal vez sea un poco menos cínica. En definitiva, a diferencia de los gobiernos, el objetivo de una empresa es vender un producto o un servicio. Cada vez más gerentes y directores de Comunicación y Prensa de empresas y marcas importantes me confiesan, en estricto off the record, que ya no monitorean algunos medios tradicionales, como diarios y revistas. No les mueve la aguja en sus informes de prensa. No influyen, ni generan ruido ni debate ni repercusión alguna en sus públicos de interés. Sus audiencias, me explican, no consumen medios tradicionales y ni miran TV por cable. Esta es la realidad, que casi nadie en la industria de los medios (cada vez más egocéntrica y narcisista) quiere ver ni asumir. Se finge importancia, se premian entre ellos, se arman eventos para elogiarse pero la verdad está en otro plano. En público, medios, marcas y agencias miran para otro lado, mientras que en privado, los presupuestos de los anunciantes cada vez más van a parar al mundo digital. Y ahí el 80% se lo reparten entre Google y Facebook (Instagram, WhatsApp). Que hasta el momento son las únicas ganadoras de esta historia. Continuará…

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