opinión : escenarios
El día después.
Escenarios para anticipar hacia qué cultura-mundo vamos
Por Fabián Jalife
Fundador de BMC Strategic Future Lab
fjalife@bmcinnovation.com | @fabianjalife
La disrupción está entre nosotros y ya pasamos de absorber su primer y contundente
impacto con ansiedad generalizada y reacciones adaptativas. De repente todo se hizo
coyuntura y gestión de crisis. Ni siquiera se trata del corto plazo sino de la inmediatez.
¿Qué hacemos hoy? ¿Qué dejamos de hacer? ¿Cómo seguimos operando? ¿Cómo
minimizamos los costos y amortiguamos las pérdidas la gran mayoría de las empresas?
¿Cómo agregamos valor en algunas con mayor sensibilidad adaptativa?
Pero la pregunta que sigue una vez pasado el efecto de conmoción es ¿hacia dónde
vamos? Y esto tiene efectos contundentes sobre la incertidumbre, que es la fuente de
desestabilización más poderosa que todos enfrentamos. Ante lo incierto, la energía no
enfocada tiende a fragmentarse, dispersarse o incluso retraerse sobre nosotros, al punto
de “quemarnos” en su intensidad contenida. “Estamos todos en una autopista a 200 km
por hora”, dice un ejecutivo. “Estoy exhausta. Realmente no puedo pensar nada más.
Trabajamos 18 horas al día”, dice una gerente general. Y pronostica: “Creo que las cosas
enloquecerán en los próximos días”.
Liderar es encausar y esto requiere poder proyectarnos. Es decir, en tanto se gestiona
sobre la coyuntura, trazar un sentido de dirección. Este, a priori, ya no será el mismo que
nos trajo hasta aquí, ya que la crisis, como todo acontecimiento excepcional, dejará sus
secuelas, sus huellas y sus marcas en función de cómo la transitemos.El desafío es cómo
gestionar la crisis que requiere claridad, decisión, orden, articulación y coordinación en
velocidad de los esfuerzos sobre lo inmediato, en tanto se construye el escenario, la
visión y la agenda del día después.
La manera que desarrollamos en el BMC Strategy Future Lab para dar cuenta de lo incierto
es justamente construir escenarios. Así los negocios y las marcas pueden elaborar futuros
posibles y roadmaps congruentes con cada una de las proyecciones. Hacerlo les permite
anticiparse sobre la agenda de futuro de manera de acotar inestabilidad, minimizar
los riesgos y encausar la energía de manera estratégica, proactiva y constructiva. Para
construir escenarios lo primero que se requiere de acuerdo con las tendencias y los
indicios que estas revelan es definir criterios sobre los cuales se organizará la realidad
en relación con un horizonte temporal determinado y un tópico determinante para
nuestro negocio que nos produzca incertidumbre; como ser, el comportamiento futuro
de los ciudadanos / consumidores. Por ejemplo, podemos hacer escenarios sobre qué
va a pasar en los próximos meses con la actitud de los consumidores hacia categorías,
marcas y canales, o podemos elaborar escenarios con un horizonte temporal más amplio,
como lo que llamamos en BMC, el día después, que no tiene fecha previsible pero sí una
proyección temporal lógica, que todo indica que no será este año sino los próximos. En
definitiva, el valor de elaborar escenarios para todos los que trabajamos en estrategia es
articular sobre lo que está pasando una lectura y una mirada sobre qué pasará. De esta
manera estaremos mejor preparados para impulsar lo que nos proponemos que pase o
para adaptarnos a lo que vaya pasando más allá de nuestra predilección.
Los escenarios no son predicciones sino construcciones verosímiles, probables e
inspiradoras que dan cuenta lógica de las posibles dinámicas de futuro para poder
encontrar drivers y barreras que permitan reelaborar las estrategias y calibrar los planes
hacia adelante. Los efectos de la crisis sobre los imaginarios sociales, las ideologías,
los sistemas de valores, los sistemas de creencias y de configuración del sentido, y las
actitudes y los hábitos de comportamiento que se desplieguen como consecuencia de la
crisis detonada por el COVID-19, es el objeto de este ejercicio de planning de anticipación
del futuro.
Para empezar partimos de la premisa de que enfrentamos mucho más que una crisis
sanitaria. Esta es la primera gran crisis desde la Segunda Guerra Mundial con efectos
que llegarán a toda la población mundial y cambiarán nuestra forma de vida. Y la gran
evidencia que portan es que perdimos una cierta creencia en la invulnerabilidad y la
inmunidad social. La humanidad y sus sociedades están tocadas en su omnipotencia,
encontrándose frágiles y vulnerables. Permeables a la amenaza. Así lo evidencia incluso
la sobrerreacción de los mercados financieros.
En tanto es ineludible que la confianza en el progreso decaerá por mucho tiempo entre
nosotros. Y esto potenciará el miedo social y la demanda de seguridad.
Debido a su impacto sin precedentes en la vida cotidiana y los efectos a largo plazo de
sus consecuencias en lo económico y lo social, es evidente que la crisis provocará un
efecto transformador en dimensiones tan diversas como la geopolítica, los métodos de
producción, las formas de trabajar y estudiar, las formas de divertirnos y socializar, los
hábitos de consumo y de compra, nuestra relación con los espacios públicos y con los otros.
Todas estas dimensiones serán afectadas por la virulencia de la crisis humanitaria, su
extensión en el tiempo y su recurrencia implicando desde cambios graduales a radicales.
Sabemos que los hábitos se reconfiguran en crisis. Y que una vez incorporados los efectos
de los acontecimientos vividos, estos dejan huellas. En lo que vamos a profundizar es
en la calidad e intensidad de estas potenciales huellas en las conciencias y actitudes
futuras. Para esto vamos a configurar un framework de escenarios que permita organizar
visiones y agendas de futuro, de manera de enfocar luego las implicancias que tienen
para diferentes negocios, categorías, marcas, organizaciones, y poder monitorear hacia
el futuro los indicios y datos que revelen hacia qué escenario vamos avanzando.
Hay algunas certidumbres que nos van a permitir circunscribir las incertidumbres sobre
las que vamos a enfocar nuestro análisis. Dada la expansión virulenta de la pandemia
con su enorme impacto económico y social,es de esperar que la crisis detenga el ritmo
de los procesos de globalización y que emerja un orden multipolar y fragmentado. Hoy
ya tenemos a todos los países cerrando sus fronteras, incluso provincias y ciudades.
Hasta vecindarios. En la tensión global / local claramente lo local dará más sentido de
protección, frente a una representación de lo global que se cargará de percepciones de
amenaza y peligro. Desde los nacionalismos hasta la xenofobia son indicios de fenómenos
que podrán desplegarse en consecuencia. La otra gran certidumbre que surge como
una enorme evidencia del cambio cultural que emerge es que la seguridad como valor
avanzará significativamente sobre la libertad individual, que es el valor primario que
rige a las democracias y las sociedades occidentales. Finalmente, el rol del Estado está
cambiando y cambiará significativamente, dado su protagonismo, sobre la crisis que lo
reposicionará de salir airoso o de fracasar, tanto en su rol como en su alcance en función
del peso que ganen las expectativas y demandas hacia la seguridad.
Respecto de las incertidumbres que configuran nuestro modelo de análisis, la primera
dimensión que nos resulta clave de interpretar es la relación al otro que surja como
efecto de la crisis. Siguiendo las referencias teóricas de Carl Schmitt, la tensión aquí
es amigo / enemigo que se traduce como fenómenos de inclusión o exclusión social.
Cuánto pesará en el futuro la relación al otro como prójimo, configurando un polo de
fraternidad solidaria con sentimientos de reciprocidad; o cuánto pesará la relación al
otro como enemigo, configurando un polo de Darwinismo social donde el otro es objeto
de sospecha, desconfianza y sentido de amenaza en el cual se proyectan las ansiedades,
miedos y prejuicios, o es objeto de competitividad al que se trata de superar o servirse
de él.
La otra gran dimensión que cruza la relación al otro resultará de quiénes serán los
ganadores de esta crisis de acuerdo con cómo se desarrolle la respuesta y efectividad
institucional en la contención de los desbordes y reparación de las pérdidas. Y aquí
proyectamos dos grandes factibles ganadores que moldearán la cultura futura: la sociedad
civil empoderada con un Estado articulador o anómico. O las instituciones de control y
poder coercitivo, con un estado paternalista, autoritario o protector. En consecuencia,
cruzando las variables del lazo social al otro como amigo o enemigo (integración vs.
exclusión) con las variables de respuesta institucional como empoderamiento ciudadano
o Estado de seguridad (empoderamiento vs. paternalismo), se recortan cuatro escenarios
socioculturales que vamos a caracterizar sucintamente: cultura de vigilancia, cultura de
cuidado, cultura de hipercompetitividad o cultura de cooperación.
Big Brother (paternalismo x exclusión)
“Hoy los gobiernos tienen la capacidad de monitorear a toda su población al mismo tiempo y en tiempo real”.Yuval Harari
El COVID-19 evidenció que los países más efectivos en ejercer el biopoder, tal como
señalan autores como Harari o Byul Chung Han, son hasta aquí los más autoritarios.
Como los países asiáticos, que justamente por cultura conforman sociedades colectivistas
dispuestas a ceder dimensiones de su privacidad a sus gobiernos. Esta efectividad en el
control social en situaciones de amenaza extremas conmueve las democracias occidentales
en tanto evidencia una superioridad en la efectividad y ponen en tensión los valores
sobre los cuales se valida la legitimidad de los procedimientos. Gana en este escenario
la conformación de una sociedad más restrictiva. Se impone la idea de que la Big Data
y el control social tienen el poder de salvar vidas y controlar las amenazas que pesan
sobre la sociedad. Gana la idea vigilante de monitorear con las cámaras que ya cubren
todas las calles de las ciudades la trazabilidad de los movimientos de las personas. La
esfera privada cede a la soberanía tecnológica del Estado para salvaguardar la seguridad
pública. Así sucede ya en China, donde si uno abre la puerta de su casa puede recibir una
pregunta del Estado para saber por qué la está abriendo.
La cultura se militariza como consecuencia de incorporar la lógica de guerra resultante
de la pandemia. La militarización del imaginario social se incorpora como un estado
psicosocial de alerta, impulsado por la necesidad de “vuelta al orden”.
Declina el valor de la diversidad en tanto emerge un fuerte etiquetado social de lo que
es diferente. Las fronteras y las economías se cierran y el exterior se convierte en una
amenaza. Llevado al extremo: se proyecta una desarticulación de las instituciones globales
y una ruptura con el modelo de democracia liberal. En una versión más moderada: la
libertad individual se verá limitada. Términos como virus, higiene, enemigo, guerra,
peligro y control dominan el lenguaje. El Estado ofrece cobertura social a “los buenos
ciudadanos”. La paranoia social es el mood dominante. Se revalorizan la localía y las
tradiciones. Retroceden las demandas de género y diversidad. La exposición social y
la individualización disminuyen en los espacios públicos por fuerte control estatal. Las
personas concentran sus lazos en sus grupos cercanos. La familia y la religión tradicionales
recuperan terreno. La búsqueda de seguridad se convierte en un motor de compra. Se
imponen el comercio electrónico y los canales de cercanía. La ciencia y la tecnología se
convierten en recursos críticos del Estado, ganando prestigio como poder de solución a
los problemas de control y gestión de la sociedad. El consumo se segmenta fuertemente.
Ganan las propuestas de valor de productos, servicios y canales que extreman la calidad
y garantizan la seguridad.
Cuidado y Contención (paternalismo x inclusión)
“Necesitamos que todos y cada uno estemos seguros. De lo contrario, nadie está seguro”. Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York
El Estado es victorioso pero hay una crisis económica sin precedentes: el gran aprendizaje
social de la experiencia traumática es que el Estado puede y debe recomponer el papel
de un sector público fuerte e interviniente.
Los Estados nacionales recuperan la autonomía política y de la agenda económica.
La justicia social es el eje de la agenda de los gobiernos que se mueven por necesidad,
de un Estado de bienestar a un Estado de cuidado, asistencialista: en lugar de multiplicar
la riqueza, trata de redistribuir los escasos recursos para cubrir las necesidades básicas
de todos. Llevado al extremo: el intervencionismo proteccionista del Estado en la esfera
económica domina servicios clave, como las compañías generadoras de datos, para lograr
soberanía tecnológica. Se enfoca en reducir la desigualdad y reforzar los programas de
seguridad social y salud. Pone la tecnología, la ciencia y la banca al servicio de compensar
las desigualdades y proteger a las poblaciones más vulnerables.
Términos como justicia, equidad, responsabilidad y unión dominan el lenguaje.
La sociedad se organiza por grupos de interés y el Estado recupera su papel de mediación
y árbitro. Es un Estado protector. Predomina la ética de la responsabilidad ciudadana:
autorregulación, solidaridad, tolerancia. Declina la noción de meritocracia. Emerge un
neohumanismo cultural. Domina el sentido de solidaridad. Plantea como principio el
retorno a un espíritu comunitario que construya relaciones solidarias que superen las
actuales relaciones meramente transaccionales, tal como plantea George Soros. Un
humanismo de fundamento fraternal donde prevalece la idea de “todos estamos en el
mismo barco”.
La sustentabilidad gana un tono social y moralizante. Las instituciones mundiales
refuerzan su coordinación en los aspectos sanitarios, humanitarios y ambientales.
El equilibrio laboral es una política de Estado. Crecen las prácticas y servicios de consumo
vinculados con el bienestar y el cuidado de la salud física, mental, emocional y espiritual.
Cooperación y cambio (empoderamiento x inclusión)
“Creo que la actual crisis demuestra que la solidaridad y la cooperación responden al instinto de supervivencia de cada uno, y que es la única respuesta racional y egoísta que existe. No sólo para el coronavirus”. Slavoj Zizek
Con la salud pública sobreexigida y con gran capacidad de respuesta institucional, pero
con una economía erosionada y un Estado agobiado de demandas sociales que desbordan,
las personas y las comunidades se ven obligadas a ser proactivas y autosuficientes en la
búsqueda de mecanismos de supervivencia.
Las intervenciones del gobierno son compensatorias, fragmentarias y con limitado
alcance. Hay un fuerte protagonismo del sector no gubernamental que, en alianza con
el sector privado, generan iniciativas solidarias y propuestas de valor accesibles para
atender las necesidades de la población empobrecida. En este sentido las empresas
aprendieron a adaptar creativamente sus activos existentes para uso en situaciones
de crisis, como disponer de sus estructuras para nuevos propósitos, generar redes de
distribución y entrega alternativas, desarrollar nuevas capacidades de fabricación o
generar alianzas y sinergias de todo tipo para adaptarse a nuevos desafíos en tiempos
breves. Crece la confianza en organizaciones profesionales e instituciones comunitarias
o locales que estuvieron cercanas y activas durante la crisis, como Red Solidaria, el Banco
de Alimentos, entre tantas otras.
La sociedad civil se reconoce en la responsabilidad y el protagonismo ciudadano, su
capacidad de sacrificio, coraje, creatividad y poder organizativo. Son los protagonistas
de la crisis. En un contexto de fuerte depresión económica y con una crisis ambiental
cada vez más tangible, utilizan su creciente influencia para exigir reformas estructurales
para reducir la desigualdad y el daño ambiental. Términos como creatividad colectiva,
interdependencia, colaboración y cambio social permean el lenguaje. Domina el ánimo de
colaboración y la idea-fuerza de reconstrucción. Los jóvenes (Gen Z) ganan protagonismo
con iniciativas emprendedoras y solidarias apalancadas en el uso de la tecnología.
El consumidor hiperconsciente exige responsabilidad y transparencia. Los desafíos de
integración social y desarrollo económico promueven una mentalidad desafiante y
emprendedora con base en la aceleración del aprendizaje y en cambios de hábitos digitales
que optimizan la productividad y lo eficientizan todo. Las Big Tech son las grandes
ganadoras de la industria, por su poder de dominio de datos y avance de sus servicios en
todos los planos: comercial, financiero, comunicacional, operativo, de seguridad, salud y
educación. Los nuevos hábitos digitales llegaron para quedarse y se consolidan siendo,
para los más ricos, fuente de generación de riqueza, y para los más pobres, recurso de
integración y acceso a servicios básicos.
Ley de la selva (empoderamiento x exclusión)
“Las epidemias son como mirarse al espejo de la humanidad, y puedo decir que no todo es bello”. Frank Snowden
Es el escenario más distópico. El Estado con acciones descoordinadas e inefectivas no
logra gestionar la crisis y las instituciones pierden toda legitimidad. Las personas abordan
la situación de impotencia estableciendo estrategias individuales para sobrevivir en el
contexto de una alta incertidumbre sanitaria, social e institucional.
Rige la lógica de supervivencia y domina el imperativo “sálvese quien pueda”. Llevado
al extremo, es un escenario caótico en el cual los grupos organizados como facciones
imponen sus propias reglas en el marco de alta conflictividad social. En una versión
más moderada se configura como una sociedad de consumo radicalizada en la que
prevalecen los rasgos de desigualdad e hipercompetencia en el marco de un neohedonismo
individualista.
La recurrencia del virus y sus múltiples impactos dañan aún más la confianza ciudadana
erosionada por el pánico, las pérdidas afectivas y materiales. Las demandas al Estado y la
búsqueda de beneficios basados en políticas para aprovecharse del fragmentado Estado
nacional se extienden desde las empresas hasta los particulares y los diversos grupos de
interés que pelean por el reparto de las cajas asfixiadas. Los costos de atención médica
crecen en tanto colapsa el sistema de salud privado, desbordado por el ritmo exponencial
de la demanda. Aumentan la xenofobia y la búsqueda de chivos expiatorios.
Emerge con fuerza exponencial el cuentapropismo y el rebusque de supervivencia en
tanto las poblaciones vulnerables con acceso limitado, restringido o sin acceso a las
redes de seguridad social sufren con las quiebras de empresas, los despidos y la caída
general de la economía, que se enfría en tanto de los servicios y el comercio tardan
mucho en recuperarse porque la gente sale mucho menos, consume menos y mantiene
hábitos adquiridos durante el aislamiento social. Las poblaciones más vulnerables que
inundan las calles funcionan como alerta para los sectores integrados de las secuelas
de guerra. La desigualdad es meritocratizada y legitimada. Se hipertrofia el sentido de
resiliencia de manera de estar preparados anticipadamente para las crisis recurrentes.
El dominio de la tecnología se impone como una herramienta para el empoderamiento
físico, mental y económico frente a la incertidumbre para los privilegiados y como una
escapada de entretenimiento y valor social para los desfavorecidos.
Domina los comportamientos competitivos hacia la búsqueda creciente de estatus.
Se resienten los lazos sociales sobre la primacía del culto y cuidado de uno mismo. Rigen
los valores de resistencia, productividad, perseverancia y “construirse a uno mismo”. Se
impone una “guetoización” del espacio urbano para aumentar los niveles de seguridad
percibidos. Se instalan cámaras de reconocimiento facial en la vía pública. La incertidumbre
a largo plazo deprime la confianza y el gasto del consumidor. La importancia de ahorrar
y tener recursos y activos gana prioridad sobre el gasto discrecional y la economía
de la experiencia, cambiando fuertemente el mood generacional millennial dominante
hasta la emergencia de la crisis. Las industrias turísticas o presenciales se recuperan por
la vacuna, pero tienen que adoptar rigurosos protocolos de inteligencia sanitaria para
adaptarse a un nuevo contexto donde el miedo fluctúa con el pánico. La economía del
conocimiento, el Big Data y la IA siguen en auge tanto por su capacidad para realizarse en
remoto, como por el impulso de los gobiernos como elemento estratégico de biopoder.
Se impone la economía de lo concreto. La seguridad. El control. El estatus. La calidad. La
efectividad.
El cuerpo se instituye como templo de la certeza. Principal capital a cultivar y defender.
El miedo y la ansiedad en torno a las enfermedades virales e invisibles dejan una huella
profunda en las nuevas generaciones marcadas por la obsesión hacia los factores
higiénicos.
Entonces…
Hasta aquí hemos esbozado una primera versión acotada de escenarios socioculturales
posibles. Hay indicios de posibles avances en todas estas direcciones. Ninguno tiene por
qué manifestarse en su versión absoluta, pero la realidad que se configure tendrá muchos
elementos de ellos. Un primer ejercicio de planeamiento estratégico que recomendamos
hacer es proyectar las implicancias y el impacto de cada uno de estos escenarios para
el negocio, la categoría, marca y organización sobre la cual gestionamos. ¿Con qué
fortalezas y debilidades nos encontrará? ¿Cuáles son las amenazas y oportunidades que
nos presenta? ¿Y cuáles las capacidades y recursos que requerirá?
Hacer este tipo de ejercicios es una capacidad técnica que desarrollamos en BMC para
liderar la anticipación de la agenda del futuro en contextos de gran incertidumbre.