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Pandemia y más allá
Por Horacio Marmurek
Periodista de cultura y espectáculos
Promediando 2021, y con una parte del mundo vacunado, la pospandemia es una
posibilidad de la cual muchos empiezan a hablar. El riesgo de dar por terminada
la crisis de la COVID-19 antes de tiempo es uno que muchos están dispuestos a
correr frente a la alternativa de un mundo más pequeño o más fragmentado en
el área audiovisual.
No fue la pandemia la que permitió la concentración y fusión de varias empresas
pero sí fue la crisis sanitaria la que modificó la percepción que había del negocio
audiovisual.
Entramos en 2020 con la fusión de Disney y Fox y, se supone, saldremos de
ella con la de Warner y Discovery. Mientras en la Argentina y en Latinoamérica
desembarca HBO Max, en Estados Unidos esa OTT es noticia vieja. La empresa
que controla hoy los destinos de la (ex) señal premium del cable AT&T no se
sintió satisfecha con los resultados conseguidos en el primer ejercicio después de
la fusión. Entendible desde el punto de vista de los números, inexplicable desde
la experiencia realizada por todos sus competidores.
Armar una empresa de streaming, hoy, es mucho más complejo que cuando lo
hizo Netflix, quien estuvo muchos años sola en el rubro y se nutría de quienes en
la actualidad son sus competidores.
La empresa de telecomunicaciones que maneja los destinos de HBO, Warner,
CNN, TNT y otras señales, ordenó, reordenó, cortó y, en algunos casos, pulverizó
activos construidos durante muchos años en busca de una efectividad que no se
traduce aún en la ganancia de más suscriptores que los que tenían por el cable
premium. Las promociones de conexión tienen que ver con quienes se suman:
los que ya pagaban el servicio como un extra a su compañía de cable, lo tienen
bonificado y, quienes tienen DirecTV, que es de la misma empresa, lo reciben
gratis por dos años.
¿Cómo será el próximo paso cuando se le sume a la oferta inicial el paquete de
Discovery? ¿Aportan una diversidad que no tenía el paquete inicial? ¿Son sus
producciones complementarias a lo que ya existía en el paquete de Warner? El
mensaje parece ser que es más fácil comprar hecho que desarrollar, aunque la
experiencia aparenta decir otra cosa. Porque cierta lógica interna de cada una
de las corporaciones madre de estas empresas tienen aproximaciones diferentes
a los productos. En definitiva, no tener mucho y diverso es saber qué hacer con
ello.
Cada una de las nuevas OTT viene al mundo con un catálogo inmenso de series,
películas y otros productos audiovisuales que no parecerían formar parte de
ninguna estrategia inmediata para hacer de ello una diferencia. Nadie apuesta al
catálogo, sí a las marcas. Puede ser que los dibujos animados de las décadas del
treinta, cuarenta y cincuenta no sean políticamente correctos en el mundo en el
que vivimos. Pero usar esos personajes para generar nuevos productos tampoco
garantiza el éxito inmediato. A los que tenemos más de 40 un Bugs Bunny acorde
a 2021 no nos provoca nada, y a los que hoy tienen 10 años la marca no les dice
nada. El encuentro generacional queda roto y los públicos posibles carecen de
interés inmediato.
Algo así podemos apreciar en Disney+, Paramount+ o en lo que va a suceder con
el catálogo MGM en Amazon Prime. Películas queridas pero olvidadas –aún más
olvidadas porque no tienen pantalla– y un montón de productos nuevos basados
en marcas conocidas sin ninguna conexión con la historia.
James Bond y Rocky son las sagas que más se mencionan cuando se habla de
MGM y Amazon. Y uno podría imaginar un “Bondverse” con películas y series
que cuenten la juventud de James Bond, las historias de Q antes y después de ser
una letra, o un dibujo animado que nos habla de la señorita Moneypenny que, de
secretaria de M, pasaría a ser un operativo importante en el mundo del espionaje.
Puede parecer exagerado o simplemente la lógica de una adquisición que supera
los ocho mil millones de dólares.
Marcas construidas alrededor del cine que hoy buscan ganar pantalla. Mientras
los cines abren y cierran según las circunstancias epidemiológicas de cada lugar,
los productores siguen apostando a la pantalla grande como herramienta de
valor y distinción frente al panorama general de las producciones para la pantalla
chica, no importa que sea de 32 o 75 pulgadas.
Se nota en un estreno que casi no llega a ser apreciado en pantalla grande como
Cruella, la historia de la villana de Los 101 dálmatas, una película que cualquiera
que la mirara podría fantasear cuánto más imponente sería ese despliegue de
colores y canciones en una sala grande; o aquellos que se animaron a ver Rápido
y Furioso 9, un film hecho para ver en el cine, que permite apreciar las escenas
ilógicas repletas de acción y autos y, sobre todo, soportar el débil verosímil.
El cine, sobre todo el industrial, parece condenado a ser un combo de “Más
grande, más fuerte, más rápido” como herramienta de atención. Películas de una
duración de dos horas como mínimo, con muchos efectos especiales, actores de
gran nombre y una dinámica más de entretenimiento que de reflexión. Y nadie
puede culpar a los estudios de buscar eso porque el público les da la razón. Para
ver dos personas debatiendo sobre sus emociones sin alguna amenaza repleta de
acción tienen todas las otras alternativas en sus smart TV.
El cierre de cines en muchos países trajo distintas alternativas para las películas
destinadas a las salas. Achicó las ventanas de exhibición, las hizo compartir con
las OTT, permitió los alquileres y reconfiguró un esquema que ya estaba en crisis
antes de que vinieran las cuarentenas. Mientras todos retrasaron estrenos, algunos
como Disney movieron películas como Mulan, Raya y el Dragón, Luca, pensadas
para cine, a su plataforma; otras las hicieron convivir en las pantallas disponibles,
HBO Max con Wonder Woman 1984 o Godzilla vs. Kong; y otras organizaron
esquemas aún más complejos, como estrenos en sitios de cadenas de cine, o
simplemente esperaron a que todo el negocio recuperara una “normalidad” que
parece haber zarpado para no volver.
En la Argentina estos esquemas convivieron muy bien, incluso ha pasado que un
estreno llegue primero a una plataforma y después a la pantalla grande como la
última película de De Niro, En guerra con mi abuelo.
El verdadero problema que se está planteando en el país pasa porque el Instituto de
Cine se nutre de las entradas vendidas para financiar y promover la cinematografía
local. Con un año y medio de restricciones, la masa de dinero a la que puede
acceder es cada vez más exigua, lo que provoca un verdadero problema a futuro.
Además de otro previo que dejó la anterior administración gubernamental que
se retiró en 2019: una modificación a la ley 17.741 (t.o. 2001), que establece
que el fondo de fomento se nutre principalmente de dos impuestos: uno a la
exhibición en salas, a cargo del espectador, y otro proveniente de lo recaudado
por el Enacom, a cargo de los licenciatarios, entre otros ingresos como donaciones
o recupero en la devolución de créditos a la producción y el alquiler de videos.
En diciembre de 2017 el Poder Ejecutivo escabulló un artículo en el proyecto de
la ley 27.432. En el marco de la aprobación del Presupuesto General para 2018,
se incluyó entre los incisos del artículo 4° la asignación específica de fondos
para sostener producciones audiovisuales, imponiéndose por primera vez un
plazo de vencimiento.
De no derogarse estos incisos o prorrogarse el plazo establecido para diciembre de
2022, los gravámenes seguirán existiendo pero ingresarán en adelante a las “Rentas
generales” del Estado y no de forma directa al Fondo de Fomento Cinematográfico.
El INCAA quedaría sin recursos propios para funcionar dependiendo de lo que
cada año se le asigne en la Ley de Presupuesto y perdería su carácter de autarquía
definido en su ley fundante.
Una vez más el debate de quién debe financiar el cine y qué cine debe ser financiado
toma estado de urgencia. Claro que en el panorama general de la Argentina
no parece ser un tema central. Aunque quizá sí lo sea. En abril de este año se
presentó el plan Contenidos Argentinos, que combina una estrategia de Cultura,
Desarrollo Productivo, Medios y Comunicación junto con el Enacom para impulsar
la producción, venta de servicios y coproducción internacional.
Un ambicioso esquema que combina beneficios impositivos para exportación,
para generación y para que las pymes del sector puedan participar. Pero además
revisa convenios y legislaciones.
Unas medidas que venían reclamando desde el sector audiovisual así como desde
el sector empresarial.
Y con este esquema en mente es que se empezaron a pensar algunas ficciones en
el país que ya se están realizando. Ojalá sea el inicio de algo duradero y virtuoso.
Queda pendiente ver si el desembarco en el país de todas las empresas de OTT
vuelve a abrir otro debate que se cerró apenas arrancó la pandemia, con el cobro
de un impuesto a estos servicios. Una discusión saldada en Europa, a favor de
los estados, que quedó trunca los primeros días de la actual administración del
Estado.
El cómo, cuánto y para qué se le debería cobrar a las empresas de streaming tiene
diferentes interesados y opiniones, y es uno de los motivos por los cuales aún no
se hacen demasiadas aguas en la esfera pública.
Para la pospandemia, que todavía no llega pero llegará, sería mejor tener resuelto
este debate y no dejar que, como dice el dicho, la sangre llegue al río.
Si bien nuestros vecinos uruguayos lanzaron un ambicioso plan para capturar
proyectos audiovisuales y que se realicen en sus costas, y los hermanos
transandinos están produciendo en una escala mucho más grande que tres años
atrás, todos coinciden que nuestro país tiene más para ofrecer en términos
de talento y equipamiento. Si con este nuevo esquema llamado Contenidos
Argentinos redondeamos una mejor oferta, quizá ha llegado el momento de
despegar internacionalmente y saldar las discusiones que aún no iniciamos