¡Valor! Generar valor de manera sostenible empieza por
construir las condiciones culturales que nos hacen sentir
valorizados.
Dice un manager de un reconocido retail: "Todos sentimos la presión de los clientes
que están muy enojados. Y ni hablar del miedo a contagiarte y contagiar a tu
familia. Hay días en que terminás agotado, necesitás tirarte a dormir. Los clientes
están muy agresivos. Nos gritan. Nos dicen de todo. Hay que saber manejarlo pero
es muy difícil porque tenemos que pelear por los objetivos. Seguir vendiendo.
Pero además no podemos entregar lo vendido en tiempo y forma y estamos
desbordados de reclamos. El cliente quiere que le entreguemos el producto que
compró y vos le explicás la situación por la cual no le podemos entregar. Y te
dicen que somos unos estafadores. Venimos solucionando los temas, pero la
presión es muy grande, la gente está muy agresiva y desconfía".
La crisis es tan multifacética, intensa y envolvente que atraviesa y trastoca todo.
Y nos exige una y otra vez desplegar grandes esfuerzos adaptativos para poder
performar en un ambiente atravesado y dinamizado por la disrupción y el cambio
abrupto de reglas, con múltiples impactos en la cadena de valor de los diferentes
negocios. En consecuencia, una gran paradoja que enfrentan las compañías
es cómo calibrar la propuesta de valor en función del cambio en los drivers y
barreras de cada negocio/categoría, que se modifican al ritmo vertiginoso con el
que se mueven nuestros hábitos y costumbres; en gran parte condicionadas por
el impacto de la pandemia y en parte por las continuas disrupciones tecnológicas,
o por la dinámica competitiva movilizada por las tendencias socioculturales. Estas
últimas justamente dan cuenta de un fuerte cambio de los criterios de valor:
pasamos de una cultura-mundo impulsada por el deseo de experimentarlo todo,
gozar de nuevas experiencias y maximizar los niveles de bienestar, a un nuevo
ambiente cultural donde domina el miedo, el estado de ansiedad, la amenaza de
pérdida y el repliegue sobre los espacios de intimidad, seguridad y cuidado.
La reconfiguración de los criterios de valoración exige a las compañías recalcular y
resignificar sus propuestas de valor para ser competitivos. Y esto provoca procesos
internos que, con mayor o menor agilidad, demandan recalcular las estrategias
y los planes. En este ambiente inestable, indeterminado e incierto, las culturas
de las compañías están desafiadas a acelerar sus procesos de aprendizaje para
poder actualizar el valor sus negocios core, en tanto agilizan la captura de las
oportunidades hacia el desarrollo de nuevos negocios.
Una dimensión clave que soporta la vertiginosidad de los procesos adaptativos
es el nivel de seguridad psicológica que "se respira" en el ambiente cultural de
la organización. Esta cuestión se hace extremadamente relevante para encausar
la energía y el talento colectivo hacia el aprendizaje y la performance de manera
sostenible.
Seguridad psicológica
Dice un director de una reconocida compañía multinacional: "A veces el miedo
pasa por no quedar en el lugar de quien se percibe que pone palos en la rueda;
pero cuando decís algo distinto, te tomás la libertad y tenés la posibilidad de
plantear una idea diferente y sentís que no vas a ser juzgado por eso, salen
las mejores ideas. Mucha gente después se siente identificada con estas nuevas
ideas, incluso las tenía pero no se animaba a decirlas".
"La seguridad psicológica es una sensación de confianza en que el equipo no
avergonzará, rechazará o castigará a alguien por hablar. Describe un clima de
equipo caracterizado por la confianza interpersonal y el respeto mutuo en el que
las personas se sienten cómodas siendo ellas mismas", asegura Amy Edmondson.
En su libro The Fearless Organization, presenta una guía práctica para ayudar a los
líderes a crear culturas donde se desarrollen el conocimiento y la innovación, para
que los colaboradores puedan sentirse confiados y libres para compartir sus ideas
y comprometerse con ellas. Además, destaca que en las culturas que avanzan en
esta dirección, los errores se informan más rápido, por lo que pueden acelerarse
los aprendizajes y procesos de optimización. Por supuesto, esto provoca una
animación y aceleración en los procesos generativos de nuevas ideas y soluciones
innovadoras, que redundan en mejores condiciones para generar valor en un
mundo cambiante.
La seguridad psicológica entonces contribuye significativamente en diferentes
aspectos dentro de las organizaciones, entre los que se encuentran la generación
de aportes a la innovación con mayor espontaneidad (tendencia a querer aportar),
la inclusión en los procesos de diversidad (sentirse valorados), el desarrollo de
cada colaborador (sentirse estimulados y desafiados a aprender), la asunción de
riesgos de manera responsable (no tener temor a equivocarse por intentar) y la
generación de equipos de alto desempeño (estimulando el crecimiento personal,
la autoconfianza, confianza recíproca, confianza sistémica y el sentido de logro
compartido).
En esta dirección Google realizó un profundo estudio mediante el cual validó que
la seguridad psicológica es la dimensión más significativa para construir equipos
de alto rendimiento sostenible, cuestionando el supuesto sobre que este depende
más de colaboradores estelares. La idea-fuerza emergente es que no pesa tanto
el individuo sino la calidad de la interacción entre ellos en el alto desempeño
sostenido. Si bien el modelo de Google reconoce cinco dimensiones clave en la
construcción de equipos de alta performance, valida que la seguridad psicológica
es el fundamento central de toda la arquitectura. El concepto se instaló con fuerza
en el mundo corporativo, potenciándose en estos tiempos tan desafiantes para
todas las organizaciones. En su libro The Culture Code, Daniel Coyle distingue tres
atributos de los grupos exitosos: la construcción de seguridad, la apertura de la
vulnerabilidad y el sentido de propósito. Precisa que las culturas regidas por estos
principios, si bien producen mayores niveles de bienestar, su orientación no es
hacia la felicidad de sus colaboradores sino a su máximo nivel de rendimiento en
la resolución de nuevos problemas y desafíos, a partir de conversaciones honestas
y la cohesión que provoca saberse vulnerables e interdependientes.
En este sentido, presenta un insight que suele ser contraintuitivo: no se accede a
la vulnerabilidad como consecuencia de la confianza, sino que funciona al revés. El
hecho de reconocernos vulnerables produce un efecto de empatía que profundiza
la confianza.
Brené Brown, en su libro Dare to Lead, profundiza en la noción de vulnerabilidad,
cuestiona los modelos perfeccionistas y destaca que la función del liderazgo
se centra en asumir la responsabilidad de encontrar el potencial en personas y
procesos, y desarrollarlos con valentía. Pone el acento en el poder de la escucha, la
resonancia y la empatía com Dare to Leado condiciones para superar los miedos inhibitorios que
refuerzan las armaduras defensivas, blindan a los colaboradores, o los someten a
una suerte de estoicismo emocional y sistema de culpabilización que es contrario
a toda pretensión innovadora.
Otro autor que profundiza en este aspecto es Timothy R. Clark. En The 4 Stages
of Psychological Safety, plantea que las organizaciones que construyen sobre la
seguridad psicológica evolucionan a través de cuatro etapas: primero se genera
un efecto de inclusión y aceptación de la diversidad, luego se sienten animadas
a aprender, entonces más seguras para contribuir y en consecuencia ganan más
seguridad aun para desafiar el statu quo.
Cultura y la seguridad psicológica
Sin embargo, el gran desafío que enfrenta la mayoría de las culturas corporativas
es que la desconfianza e inseguridad son mucho más preponderantes que la
confianza: las personas temen perder sus trabajos. Entre las causas previas al
impacto de la pandemia, los temores provenían de diversas causas: entre otras,
el auge del trabajo independiente ("gig economy"), la recesión económica, la
falta de conocimientos y habilidades para adaptarse a las nuevas demandas de
sus empleadores, la competencia de empresas extranjeras con menores costos
laborales, la competencia de inmigrantes dispuestos a trabajar por menos, la
automatización del trabajo y el riesgo de que la empresa decida trasladar su
actividad a otro país. A partir del impacto del COVID-19 las previsiones acerca
de las consecuencias de la pandemia en el mercado de trabajo son tanto más
dramáticas, cuestión que profundiza la sensación de inseguridad. Por eso en este
contexto el desarrollo de seguridad psicológica resulta mucho más importante.
Como afirma con cierta sorpresa una directora de Capital Humano de una compañía
latinoamericana: "Esta parte de observar, contener y acompañar a las personas
no estaba en la agenda de los líderes de la compañía. Ni siquiera lo veían como
parte de su rol. La faceta emocional estaba casi fuera de la agenda de liderazgo;
hoy somos conscientes de cuánto condiciona desde la productividad hasta el
sentido de cuidado, motivación, compromiso y aprendizaje de la gente. Pero hay
muchas personas en nuestra compañía que no saben hacerlo. Ni siquiera por
dónde empezar".
Algunos líderes entienden racionalmente cómo impactan positivamente los
efectos de la confianza y la seguridad psicológica y cómo propician un sentido
constructivo de pertenencia. Pero aun así sus comportamientos pueden ser muy
limitados o contradictorios. Es típico escuchar líderes que piden ideas pero a
la vez las descalifican o contratan perfiles diversos para exponerse a nuevos
puntos de vista y planteos transformacionales que luego combaten o tratan de
acomodar a los patrones culturales dominantes. Por eso el primer gran desafío
para trabajar en la construcción de seguridad psicológica requiere un equipo
comprometido a abrirse, a partir de un marco ético y normativo que eligen
suscribir. El reconocimiento es básico para sentirnos seguros, por eso se requiere
explicitar el marco de principios y valores que nos contengan y nos regulen.
Cuando esto no sucede, los integrantes que se sienten más inseguros invierten
una enorme cantidad de energía en cuidar y cuidarse de cómo se ven ante quienes
perciben poderosos. La necesidad de reconocimiento demanda mucha energía
puesta al servicio de calcular, especular, controlar, sobreactuar, que generan un
costo de oportunidad muy grande y retroalimentan un proceso de dependencia
psicológica que nos fragiliza, limita nuestro potencial y nos hace más lentos y
burocráticos en nuestros comportamientos. La formalización de los mecanismos
de reconocimiento y la práctica activa de los mismos permiten a los actores de
la organización jugar con mayores niveles de autenticidad en el marco que los
contiene, sin la exigencia de tener que cuidarse de la mirada de los otros.
Autonomía e interdependencia
Más allá de la seguridad que otorga el reconocimiento, es primordial la promoción
y el desarrollo del autorreconocimiento, la autoestima, el autorrespeto y la
autovalorización que están en las bases de la construcción de la autonomía. Ello
no significa egoísmo sino independencia psicológica. A partir de psicologías más
independientes se pueden construir interdependencias solidarias y colaborativas
que poco tienen que ver con las relaciones de dependencia aún vigentes. Donde
hay dependencia (como suele abundar en nuestras culturas organizacionales)
no habrá autonomía, y donde no hay autonomía prima más la obediencia que el
criterio con el que se asume la responsabilidad y que nos predispone por convicción
en lugar de hacerlo por obligación. Nos parece central destacarlo: los vínculos más
constructivos y efectivos se retroalimentan entre personas con independencia de
criterio e interdependencias de propósito y metas comunes. Las relaciones de
dependencia debilitan la seguridad psicológica.
La seguridad psicológica nos permitirá contar con el marco de contención y
cuidado que nos brinda saber que vamos a desarrollarnos en un contexto de
respeto y consideración, para exponernos y tomar riesgos sin temor a represalias.
Al contrario, siendo estimulados a exponernos y sintiéndonos valorados por
nuestra actitud de contribución, las ideas y planteos originales que tenemos para
proponer, las percepciones, conocimientos o incluso las intuiciones que sentimos
respecto de determinados desafíos o problemas a resolver.
Confianza
La confianza se construye y es una consecuencia inmediata de la seguridad
psicológica que habilita a saberse imperfectos, vulnerables y, como consecuencia,
responsables para asumir riesgos, probar, experimentar y aprender en ciclos ágiles.
Hay diferentes elementos que la impulsan. La integridad, que es el piso de todo
vínculo humano. Sin integridad estamos en peligro. Su ausencia hace síntomas,
se manifiesta por ejemplo en la abstinencia a la participación, la pasividad, la
evitación de la palabra y tanto más de la exposición. También en la generación de
rituales obsesivos y de protección, como ampararse en presentaciones extensas
y con un lenguaje complejo, barroco o excesivamente técnico. O procrastinar,
evitar escenas temidas que se viven como amenazantes.
Todos estos fenómenos, tan comunes en muchas compañías, también pueden
verse alimentados por exceso de autoritarismo, que no tiene estrictamente que
ver con la integridad sino con rasgos de carácter agresivos, hostiles, dominantes,
egocéntricos o antipáticos, es decir, no empáticos. Justamente la empatía resulta
clave en la construcción de la confianza, en tanto permite desarrollar un vínculo
horizontal que suspende el juicio del otro, para abrirse a su consideración, su
comprensión, su apreciación. Todas dimensiones que permiten tomar lo mejor
y ofrecer lo mejor, sintiendo en el otro el valor de la diferencia que puede
aportarnos, en lugar del costo que puede significarnos un paso fallido respecto de
él. Vulnerabilidad y empatía son solidarios y se retroalimentan en la construcción
de confianza para el aprendizaje mutuo, la colaboración, la experimentación, la
cocreación. Donde hay empatía, el ecosistema avanza sobre el egosistema, que
todo lo compartimenta y fragmenta.
Una manera de testear qué niveles de confianza y seguridad psicológicas estamos
construyendo es medir cuánto la gente se muestra con frescura y espontaneidad,
se expone, pregunta, se anima y atreve, pide disculpas más que permisos. Si
para evitar vernos ignorantes, nos privamos de hacer preguntas; para evitar
vernos incompetentes, evitamos plantear problemas o exponer errores; para no
vernos intrusivos o invasivos, evitamos exponer nuestras ideas; para no vernos
negativos, evitamos criticar el statu quo; para no vernos a la defensiva, evitamos
argumentar nuestro punto de vista diferente. Si algunas o muchas de todas estas
evitaciones hacen al comportamiento organizacional, estamos en un ambiente
de escasa seguridad, en un vínculo con problemas de seguridad o frente a una
persona frágil en su propio sentido de autoconfianza, autorrespeto y autoestima.
Y estos rasgos son mucho más frecuentes de encontrar de lo que suponemos.
Las organizaciones del siglo pasado se construyeron con un fuerte sentido de
disciplina, basado en un orden jerárquico heredero del orden militar que dejó
huellas hasta nuestros días. Y muchas personas funcionan bajo sistemas culturales
de obediencia, mandato, presión y control que poco tienen que ver con una
cultura ágil basada en maximizar la confianza, la horizontalidad, el aprendizaje
continuo y la iteración creativa, para ir en beta y aprender haciendo en ciclos
cortos de prueba, error, aprendizaje y optimización continuos. Esto resultará clave
en el comportamiento organizacional, ya que muchos ejecutivos ambiciosos y
con apetencias de hacer carreras exitosas en plazos cortos temen mucho fallar
porque lo viven como un potencial detenimiento o incluso amenaza de fuera de
juego para sus carreras. Esto los inhibe de desplegar su mejor potencial, soltarse
y asumir riesgos para proponer formas de generación de valor más audaces y
desafiantes. Y, por supuesto, esta aversión al riesgo va a contramano de una
cultura-mundo y una dinámica competitiva que requiere culturas de innovación
en las cuales resulta clave fallar rápido para aprender en velocidad y anticiparse
en la generación de valor.
Ganamos o aprendemos
Juan Manuel Velardez, director técnico de la selección argentina de fútbol para
deportistas con síndrome de Down, expresa esta modalidad que requieren los
ritmos de adaptación contemporáneos con una expresión que es toda una ética y
una política: "Nosotros nunca perdemos. Ganamos o aprendemos". Y nos enseña
con su metáfora que, cuando el error producido en la experimentación se visualiza
como oportunidad de aprendizaje, se supera la lógica amenazante de la pérdida
y el castigo como fracasos y se aceleran los ritmos de aprendizaje multiplicando
la confianza y el potencial de superación.
Para crear las condiciones que propicien el modo aprendizaje en sus equipos, los
líderes necesitan empezar por encuadrar los desafíos estratégicos que enfrentan,
no como problemas de ejecución sino como desafíos de aprendizaje. Estrategia en
contextos de incertidumbre no es sin aprendizaje, sino en ejercicios de escenarios
donde proyectamos futuros posibles mientras los vamos aprendiendo.
Aprendizaje no es sin admitir que hay cosas que no se saben, que nadie es un
sabihondo y que siempre podemos formularnos las preguntas en el marco de la
confianza en el talento colectivo para superar un nuevo problema.
Producir en zona de aprendizaje, con altos niveles de motivación de éxito en el
marco de un propósito significativo y pudiendo ser auténticos, libres y creativos,
es lo que soporta a los equipos que son capaces de ir con audacia, coraje y valentía
hacia donde se proponen.