Por Horacio Marmurek Periodista de cultura y espectáculos
La serie El Reino se estrenó en Netflix el 13 de agosto y concentró una atención
importante desde el principio. Tenía sus razones. Era la primera ficción argentina
fuerte que llegaba a la pantalla en un año. Había sido promocionada en febrero
de 2020 en una presentación muy importante en Buenos Aires por nada menos
que Reed Hastings, el director ejecutivo del gigante del streaming, como una de
las apuestas fuertes para 2021.
El enunciado básico de la serie ya era llamativo. Un pastor evangélico que va de
candidato a vicepresidente, la muerte de su compañero de fórmula y el después.
La producción de K&S, una casa repleta de prestigio y éxitos de taquilla, hacía
crecer las expectativas, además de los nombres involucrados delante y detrás
de cámara. Morán, Peretti, Lanzani, Darín, Duplaá, Awada, Fanego, Spinetta.
Y los autores Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro, quien, además, dirige algunos
capítulos.
Diego Peretti es Emilio Vázquez Pena, un pastor evangelista a cargo de la Iglesia
de la Luz que es tentado por la política gracias a su gran prestigio y carisma
como líder. Mercedes Morán es Elena, la esposa de Emilio y el verdadero motor
de la Iglesia de la Luz y la familia Vázquez Pena. Lanzani es Tadeo, una persona
espiritual y muy creyente que basa su vida en la ayuda al prójimo y es parte de la
Iglesia de la Luz. Furriel es Osorio, a secas. Un hombre misterioso que responde
a las esferas más altas del poder.
Para cuando finalmente llegó el estreno había un interés importante por el
producto y eso se demostró en las primeras semanas, durante las que se mantuvo
como una de las series más vistas en el país. Peropronto se abrió un debate público
alrededor del retrato que se hacía de las iglesias evangélicas. Con la segunda
temporada ya confirmada por Netflix, conversamos con los autores sobre el
proceso de producción, las polémicas y el rol del showrunner, entre otros temas.
(Atención: si no vieron El Reino, sepan que aquí hay spoilers).
¿Les sorprendió la reacción de las iglesias evangélicas? ¿¿Buscaron el debate? Claudia: Nos gusta hablar de temas y contar historias que pueden dar para un
debate. Hay una parte del público que la puede ver en la superficie y otros que
pueden sumergirse y elaborar algunos temas de los que proponemos, que son
varios. Pero lo que de ninguna manera nos podíamos imaginar era que el debate
iba a ser de esta magnitud. Ayer Marcelo se subió a un taxi donde estaba puesto
un programa deportivo y uno le decía al otro: "No seas malo, parecés el pastor
Emilio", y el otro le contestaba: "Vos parecés Osorio". Y vas a algún lugar y
escuchás hablar de El Reino y en todos lados aparecen nuevas instancias para
debatir el programa. Eso era inimaginable, realmente.
Marcelo: Nosotros cuando empezamos a cranear la serie tenemos, obviamente,
una ambición clara de generar una reflexión en el espectador. Lo que uno imagina,
también, es que esa reflexión va a ser más íntima, o limitada a algún círculo de
amigos o familiar. De pronto se ha generalizado por completo. Todos los debates
son buenos, aun los que nos pegan, incluso los de aquellos que, yo creo, no la
entendieron. Pero me encanta el debate cuando es de ideas. Claudia: Yo siento que le piden a la serie más de lo que la serie tiene que dar. En el
sentido que se abre un debate y quieren que eso esté resuelto antes. Tendríamos
que haber tomado todos los temas y los puntos de vista posibles y dárselos
masticados. Y justamente lo que hace el relato es abrir el debate con una historia
y ahí hay un montón de puntas por donde empezar a discutir. Marcelo:Lo especial que sucede aquí tiene que ver con que, evidentemente, esto
estaba en algún lugar del inconsciente colectivo, porque si no, no pega de este
modo, no se adueña de la agenda. Es algo que la producción cultural no conseguía
hace años, imponer un tema en la agenda. Y vemos que eso está pasando en
otros territorios donde la serie se ve, ahí también genera debate, reflexión sobre
la contemporaneidad. Que es en definitiva lo que nos puso en marcha a Claudia
y a mí. Básicamente, nuestras charlas sobre el planeta en el que vivimos. Antes
que contar historias o hacer películas, novelas o cuentos, somos ciudadanos de
la Tierra y la padecemos como todos los demás.
¿Cuál fue el principal disparador? Marcelo: Veíamos cómo se venía generando un fenómeno de comunicación que
tiene que ver con la manipulación. Que se da de distintas maneras. La posverdad,
las fake news, el vaciar de contenido las cosas, quitarle razón de ser a la verdad.
Y por otro lado, nuevamente el ascenso de las religiones como herramienta de
la política. Un planeta donde habían vuelto las guerras religiosas. Y el objetivo
de estas dos cosas es quitarle toda racionalidad al debate, llevarlo a terrenos
emocionales, manejarse con la dialéctica amigo/enemigo, fiel/infiel. Sumado a
eso veíamos en todas las Américas una nueva derecha que usaba como ariete estas
nuevas iglesias evangélicas. Y digo nuevas porque no son las del protestantismo
clásico, es otra cosa, nacida en los tele-evangelistas. Esto explicaba el triunfo
de Trump en Estados Unidos (sin ellas no hubiera sido posible, ya que empieza
con el Tea Party, y la unión de estas iglesias de ultraderecha, con un discurso
totalmente emocional y totalmente ultra que termina raleando a los moderados
del Partido Republicano).
Cuando empezamos a trabajar no había sucedido lo de Bolsonaro. Recuerdo
que estaba en San Pablo y nos parecía distópica la posibilidad de que un pastor
evangélico llegara a presidente. Lo que hicimos con Claudia fue tomar todo esto
y pensar qué pasaría si en la Argentina se diera ese fenómeno. De ahí en más
construimos la ficción.
El hecho de que ocurra en la Argentina le da un marco pero también la ata. ¿Esas
decisiones no atentan frente a una plataforma que se ve en más de 190 países? Claudia:Es la historia que queríamos contar. Nosotros confiamos en que es
una historia universal, que se puede leer en otros lugares. En lo que tuvimos
muchísimo cuidado fue en corrernos de la grieta. En House of Cards, hay
republicanos y demócratas y se nombra los partidos con claridad, acá solo hay
un chiste al final con el personaje de Osorio [Furriel] que dice: "No, peronista,
no", y es lo único concreto. Es más, cuando se traduce al inglés el personaje dice:
"No, comunista, no", y no sabemos si se entiende la gracia en otro lado. Todo el
tiempo quisimos evitar lo local. Y nos encontramos que quien es "anti-Pro" ve
una referencia en el color amarillo, y el "anti-k" decide que si se ven bolsos de
dinero está relacionado con López. Todos quieren encontrarle una referencia a la
serie. Pero tomamos la decisión consciente de corrernos de la grieta. Hablamos
de un partido de derecha que se junta con una iglesia evangélica. Una de ellas, que
no quiere decir que represente a todas las iglesias. Y eso, nos parece, funciona en
todas las regiones. Marcelo: Sí quisimos que tuviera una identidad totalmente argentina. No creo
que borrar identidad le quite universalidad, al contrario. Transforma en un
híbrido al producto. Netflix nos decía: "Hagan algo argentino". Hay un alma en
las expresiones artísticas que no necesita cambiarse de ropa para ser entendida.
Aunque el debate central se volcó a los evangélicos, El Reino propone una amplitud
de temas que atraviesan la sociedad, la política. Hay un capítulo dedicado al
personaje de Osorio donde se deja claro la influencia de estados extranjeros en
el país. Pero ahí nadie se detuvo. Claudia: Es un tema incómodo para algunos que prefieren no detenerse. Otros,
genuinamente, creen que lo de la iglesia tiene más peso. En cambio si vos les decís
que habla mal de los servicios de inteligencia, que se mete con la justicia? Son
otros temas controvertidos y tienen otro tipo de especulaciones. Con la religión
era fácil mandar a pegar. Tampoco nadie se detuvo en el tema de los abusos a
menores. Y cómo se maneja la justicia cuando se denuncia pedófilos. Hay toda
una subtrama que incluye madres buscándolos y nadie respondiendo, la justicia
sin actuar. Algunos usuarios de Twitter lo tomaron y le pusieron datos concretos
de la realidad argentina, que es para mí el tema más grave que tocamos en la
serie. Pero este tema y el de los servicios pasan inadvertidos. Marcelo:En la serie intentamos dar con todos los mecanismos esenciales que
necesita un poder que se está construyendo, que es de una concentración política
y económica cada vez más grave. Que supera a los Estados-nación, que era el
poder máximo que uno podía pensar hasta hace no tanto. Hace veinte años el
hombre más poderoso del mundo era el presidente de los Estados Unidos, hoy
no lo es. Hoy Google o Facebook le cierran la cuenta. En los primeros capítulos
hay un prologo sobre cómo se maneja algo alrededor del poder, y en el sexto
intentamos develar una radiografía más profunda, que da un scope mucho más
amplio que la historia que estamos contando, y creo que en el acto final se develan
algunos temas muy centrales que tienen que ver con el poder y su concentración.
Sobre el final de la temporada aparecen unas situaciones que podrían ser
clasificadas de sobrenaturales. ¿Cuánto de sobrenatural se puede agregar sin
perder el verosímil? Claudia: Fueron grandes discusiones con Marcelo, que es más espiritual que
yo. Cuando aparecían esas escenas de los milagros, yo me agarraba la cabeza y
le decía: "Necesitamos que quien está del otro lado pueda decir quizás lo sea,
quizás no". Marcelo defendía esas escenas y se lo agradezco porque es algo que
los espectadores han valorado muchísimo y, yo, como espectadora, también.
Porque, en el medio de esa oscuridad, que exista la esperanza -no sé si milagrosa
pero sí una luz que tienen los personajes como el "Pescado" o Tadeo- me parece
que le hace muy bien a la serie, si no la historia es muy densa. Marcelo tuvo una
intuición excelente respecto a la necesidad de esa energía dentro del guion.
¿Cuán complejo es calzarse el traje de showrunner en una plataforma como
Netflix? Marcelo: Una industria como la americana, la inglesa o la francesa vienen
haciendo este tipo de series (que nacen con Los Sopranos hace veinte años),
ya tienen clarísimo lo que es un showrunner. En nuestra región, estamos
descubriendo ese rol. Para nosotros fue apasionante, porque somos los autores
de la idea, somos los guionistas, tenemos muy clara la narrativa. Y eso es lo
central del showrunner. El control que muchas veces en los rodajes se va al diablo.
Porque no hay control narrativo de la dirección de arte, de las actuaciones, de
la dirección de la fotografía, de la edición. Nosotros estuvimos muy centrados
en lo narrativo. El guion nunca lo dejamos como algo tallado en piedra, hubo
revisiones permanentes, no solo por la pandemia que nos tocó -había escenas
que no se podían rodar por los protocolos-, lo que nos movilizaba a pensar y
revisar la edición capítulo a capítulo, mirando las líneas dramáticas y si los modos
dramáticos que habíamos pensado en el papel eran los mejores o había otros
que podían ser más interesantes. Esa es la clase de showrunners que fuimos. Nos
sentimos narradores y lo que más nos preocupa es la narración.
¿Hay ideas más allá de El Reino? Marcelo: Me anticipo a Claudia y hablo por mí. Ella es la socia que busqué
toda la vida. Ahora con la serie hecha, comprobado. Nos complementamos
estupendamente bien y nos tenemos la necesaria falta de respeto para poder
trabajar juntos. Me encanta sentir que compartimos la ambición narrativa, y el
tema de la ambición no me parece menor. Hay un establishment cultural que
se vanagloria de la falta de ambición y yo digo que si no hay ambición en lo que
hago, ¿para qué lo hago? Yo quiero contar historias que movilicen. Y cuando pasa
lo que está pasando ahora, me siento en el paraíso. Claudia: No es fácil escribir con otro. En ese sentido fue de lo más fluido juntarse
todas las mañanas, tirar ideas, corregir, cruzar el material y volver a juntarnos
a tirar historias. Los dos tenemos mucha obsesión porque todo cierre, darle una
vuelta más. Me ha pasado de tener guiones cerrados y que a la mañana siguiente
Marcelo dijera: "¿Te parece que en tal lugar no deberíamos probar tal otra cosa?".
Eso es la cocina de la escritura y ahí funcionamos muy bien. Marcelo: Una cosa que angustiaba mucho a la producción local, sobre todo, fue
que con guiones aprobados, los seguíamos escribiendo. Hemos tomado lo mejor
de la experiencia de trabajar con una empresa multinacional como Netflix.
Arranqué con prejuicios porque estábamos tratando un tema álgido, pero nos
dijeron que hiciéramos la historia que quisiéramos, que nos iban a apoyar en lo
que creyéramos, que nos querían y confiaban en nosotros como narradores. Y
así fue.
Ha quedado una historia muy potente pero muy abierta. ¿Es una exigencia para
lo que viene? Claudia:Queda la vara muy alta. Y lo primero que surge es "¿y ahora como
arrancamos?". La gente está esperando esto. Todos piensan que saben cómo
tiene que seguir El Reino. La sensación es que cada uno hizo su segunda temporada
y a alguno vamos a defraudar. Todas esas cosas espero que no influyan, pero no
te creas que no están en mi cabeza al momento de escribir. Marcelo: Cuando uno está haciendo algo tiene una mirada muy desde adentro,
no tenés registro del afuera. Por ende no sabés cómo se ve, con qué se referencia,
con qué se compara. Y lo que me ha pasado desde el estreno de la serie es recibir
comentarios de todas partes marcando que hemos puesto el listón muy alto, para
nosotros mismos, digo, y eso me encanta porque muchas ideas que teníamos las
vamos a revisar. Tenemos ideas que están buenísimas y tiene todo esto de lo que
venimos hablando. Ahora hay que encontrar la forma para que el espectador se
siga sorprendiendo. Nos gustan las historias que te permiten tramitar algo más
allá del entretenimiento.