El espacio es considerado la última frontera. Un desafío
físico, mental y tecnológico para la humanidad. La carrera
por su conquista cambió significativamente en los últimos
años. Se sumaron nuevos jugadores, empresas privadas e
innovaciones técnicas que cambiaron las reglas del juego. En
plena pandemia, la industria alcanzó una gran victoria este
año de la mano de Space Exploration Technologies Corp., la
compañía fundada por Elon Musk en 2002. El éxito de SpaceX
que quedará para la historia es el lanzamiento y aterrizaje de
su primera misión tripulada para la NASA, trayendo vuelos
espaciales tripulados de regreso a suelo estadounidense
por primera vez en nueve años. Luego, julio sorprendió
con el lanzamiento de la primera misión a Marte por parte
de Emiratos Árabes Unidos. SpaceX también se adelantó a
sus competidores creando flotas de satélites en órbita que
transmiten Internet –más de 500 naves espaciales Starlink
lanzadas hasta ahora–, voló y aterrizó con éxito el Starship,
su prototipo de vehículo interplanetario, y cerró contrato
para el lanzamiento de satélites militares para la década
que estrenamos en enero.
¿Qué diferencia hay con la carrera por la conquista del espacio de los años 60? En la sesión “La nueva carrera espacial”, el Fast Company Innovation Festival
reunió a tres especialistas para intentar dar respuesta: Andrea Inserra, Executive
Vice President de Aerospace, Booz Allen Hamilton; Michele DiGiuseppe, directora
de Ingeniería de Sistemas e Integración para Exploración Avanzada de NASA; y
el general Kevin “Chilli” Chilton, exastronauta y comandante de Air Force Space
Command. Chilton fue el primero en tomar la palabra: “En los 60 era una batalla
geopolítica entre dos teorías, el comunismo y el capitalismo. Hoy todavía hay
algo de eso con el avance de China, pero ya no es bipolar. Hay muchas naciones
participando. Es una cuestión de liderazgo y muchos países quieren alinearse con
quien está en el primer puesto. Desde esa perspectiva, creo que es importante
quién plante la próxima bandera en la Luna”. Digiuseppe explicó que hay una
parte científica de desarrollo y una parte de exploración humana que se unen en
los proyectos de la NASA. Artemis es una cápsula sin tripulantes que se lanzará
en noviembre para volar alrededor de la Luna y volver. Habrá una segunda prueba
y esperan que Artemis III corone la misión Botas en la Luna en 2024. “Será una
estación en la órbita lunar que servirá de posta para poder luego saltar a Marte”,
aseguró.
“Hay miles de satélites en lo que llamamos órbitas bajas y todos estamos usando
la información para saber del clima, hacer llamadas, iluminar ciudades, etc. La
diferencia con los 60 es la cantidad de data disponible”, completó Inserra. Es
que para muchos, no es lo que hay en el cielo lo que los impulsa, sino lo que hay
aquí en la Tierra. A medida que las naciones y empresas comerciales empiezan a
interesarse por el espacio, surge el desafío de cómo administrar, analizar, proteger
y actuar sobre la gran cantidad de datos que ahora están disponibles desde el
espacio. “Históricamente la exploración espacial estaba a cargo del gobierno.
Ahora con la apertura comercial debemos evaluar los riesgos y ver quién se hace
responsable de las misiones”, comentó al respecto la representante de la NASA.
“Ya en 2011 veíamos a privados entrando en el negocio de los lanzamientos
espaciales y la competencia es fantástica, por supuesto, pero las motivaciones
son distintas. Un gobierno no necesita obtener ganancias; una empresa, sí”,
aclaró el exastronauta. Inserra dio en el clavo una vez más: “Lo que va a suceder
con más frecuencia y lo que hay que buscar, es esa colaboración entre privados
y gobierno para que sea en beneficio mutuo porque en ninguna de las partes las
arcas son infinitas”. ¿Cómo se manejará toda esa información recopilada por los
satélites? “Es clave sintetizar esa información lo más rápido posible. Lo ideal es
llegar a marcos colaborativos abiertos y seguros”, agregó la VP de Aerospace.
“Compartir data para hacer exploraciones más seguras, baratas y frecuentes”,
asintió DiGiuseppe.
“Siempre creímos en el espacio como un lugar sagrado que siempre estaría a salvo.
Muy pocos son conscientes de los peligros de una guerra en él y sus implicancias”,
advirtió Inserra sobre el final de la charla.
Cada día llegan enormes cantidades de datos desde el espacio a la Tierra, y las
Big Tech ven una oportunidad para capitalizarlo en diferentes mercados.
El 20 de octubre, Microsoft anunció que lanzará Azure Space “para ayudar a sus
clientes en una variedad de industrias y al gobierno a hacer uso de los datos
espaciales a través de la nube y la conectividad, incluso en partes remotas de
la Tierra”. Para hacerlo, firmó un acuerdo con SpaceX para asegurar banda
ancha a través de los satélites Starlink. “Microsoft Azure Space no es solo para
empresas de la industria espacial. Está destinado a atraer a las empresas del
sector público y privado, clientes en los mercados de la agricultura, la energía, las
telecomunicaciones y el gobierno. También está pensado para cualquier cliente
con necesidades de ancho de banda y acceso remoto”, anunció Tom Keane,
Corporate VP de Azure Global. “No necesitás fibra óptica, básicamente hablás con
los satélites que tenemos en órbita, los satélites se comunicarán entre sí y llevarán
esos datos al otro punto de la Tierra donde se necesiten”, dijo Gwynne Shotwell,
presidenta de SpaceX y jefa de oficial de operaciones, simplificando las cosas.
Para este tipo de empresas, las innovaciones parecerían haber democratizado el
uso del espacio y con ello generado nuevos escenarios y oportunidades.
La compañía de Bill Gates no es la única que decidió entrar en el juego. Según
un informe de Axios, Amazon Web Services acaba de lanzar una división de su
negocio centrada en el espacio para ayudar a las empresas a utilizar su nube y
otros servicios para hacer su trabajo de manera eficiente. Es que si bien Amazon
ha dominado el sector de la nube obteniendo más de diez mil millones de dólares
de ingresos por servicios en la nube solo en el primer trimestre del año, con Azure
Orbital, Microsoft se cuela como un competidor fuerte en la carrera por el espacio
de datos.
En otra órbita de cosas, Estée Lauder envió diez botellas de su Advanced Night
Repair Serum a la Estación Espacial Internacional (ISS) donde los astronautas
de la NASA tomarán fotos para las redes de la marca, aprovechando la vista
panorámica del cosmos. Lo que antes estaba solo al alcance de las naciones
más ricas o tecnológicamente avanzadas, ahora está abierto a marcas, individuos
y empresas comerciales. Según la revista Forbes, el gigante de los cosméticos
habría pagado 128.000 dólares para tener acceso a esta locación tan particular.
En números, un monto similar al que pagaría por los posteos de algunas de sus
influencers. “Acuerdos como este apoyan directamente la estrategia de la NASA”,
sostuvo Phil McAllister, Director of Commercial Spaceflight Development. Todo
termina siendo una cuestión de dinero. Y es que la NASA ha tenido durante mucho
tiempo una relación complicada con marcas y empresas que esperan capitalizar
el interés del público en el espacio. Pudimos ver M&Ms, relojes Omega y hasta
polvo Tang, pero porque los astronautas los consumieron, usaron o hicieron sus
propios arreglos. Ya en 2001 Pizza Hut se proclamaba como la primera cadena en
hacer deliveries al espacio, invirtiendo un millón de dólares para entregarle una
de sus pizzas al astronauta ruso Yuri Usachov, residente por entonces de la ISS.
El nuevo régimen de la NASA implica que ahora las marcas pasen por la agencia
espacial para realizar este tipo de acciones. Incluso ya está en marcha “un programa
para atraer turistas que quieran volar hasta la estación espacial”, adelantó Jim
Bridenstine, administrador de la NASA, quien en mayo de este año confirmó
el plan de rodaje de una película protagonizada por Tom Cruise a bordo de la
ISS. “Necesitamos que los medios populares inspiren a la nueva generación de
ingenieros y científicos para hacer realidad los ambiciosos planes de la NASA”,
escribía Bridenstine en un tweet. Pero no será fácil porque “youtuber” o “gamer”
hace años que lideran el ranking aspiracional de las nuevas generaciones.
La otra gran apuesta del mundo del espectáculo es la de Space Hero Inc., una
productora que se propuso grabar el primer reality en el espacio. Space Hero
(héroe espacial) consistirá en una competencia donde el ganador será enviado a
la estación espacial durante diez días y compartirá su experiencia extraplanetaria.
No es la primera vez que se anuncia un reality en el espacio, pero a diferencia
de Milky Way Mission, un esfuerzo en conjunto entre Sony Pictures TV y una
productora holandesa por llevar celebrities al espacio que nunca llegó a la
pantalla, la producción de Space Hero confía tanto en su proyecto que dice ya
haber reservado un asiento en el SpaceX Crew Dragon para 2023.
“Basura espacial” es un concepto que designa objetos artificiales difuntos en el
espacio, principalmente en la órbita terrestre, que ya no cumplen una función
útil. Entre los ejemplos más comunes está la colisión entre satélites, evento que
se produce cada vez más frecuentemente a medida que se acumulan escombros
en el espacio. En el sitio <Stuffin Space> se puede ver la basura en vivo. Cada
chatarra es identificable y nadie se hace cargo.
Cuando Juan Cruz González Allonca se presentó el año pasado en la edición de TedX
Río de la Plata como “abogado espacial”, toda la audiencia quedó sorprendida.
Explicó que su labor consiste en resolver temas relativos a desechos espaciales,
minería de asteroides, privatización del espacio, turismo en órbita, bases
permanentes en la Luna, colonización de Marte y la militarización del espacio.
Al ser un espacio tan codiciado, valga la redundancia, es un lugar en conflicto
permanente.
“¿Cuál es la frontera espacial de los países? No hay consenso en ese aspecto
porque, cuando establecés una frontera, le ponés un límite a tu jurisdicción y un
paso más allá de ese límite, el otro puede poner un satélite espía”, decía González
Allonca. Cómo se demuestra la culpa en el espacio es uno de los desafíos de los
abogados espaciales, cuantificar la “capacidad de carga” de ciertas órbitas para
saber exactamente cuántos satélites pueden y deben lanzarse a varias partes del
espacio en cualquier momento, permitiendo potencialmente que eso determine
cuándo y si ciertas constelaciones pueden lanzarse, se ha vuelto uno de los desafíos
de los ambientalistas que globalmente exigen una regulación ambiental. Aquí en
la Tierra como en el cielo.
El futuro de los viajes y la hospitalidad en un mundo en el que menos gente se
está subiendo a un avión necesita tiempo para reformularse. Airbnb, la plataforma
de alquiler de alojamiento “para sentirte en tu hogar, lejos de tu hogar”, se vio
obligado a retrasar su OPI (venta de acciones al público) cuando ya en el primer
mes de haberse declarado la pandemia, tuvo que enfrentar una pérdida de mil
millones de dólares por reservas canceladas. Y se puso peor: recortó 25% de su
fuerza laboral y recaudó una deuda adicional de 2.000 millones dólares para ayudar
a resistir la caída, reduciendo aproximadamente 40% de su valor de mercado. En
las últimas semanas, sin embargo, parecería haber nuevamente luz al final del
túnel para la compañía con base en San Francisco.
Invitado a The Atlantic Festival el mes pasado, Brian Chesky, CEO de Airbnb,
confesó: “Perdimos el 80% de nuestro negocio en ocho semanas. Negocio que
nos costó diez años construir. Eso fue sorprendente pero lo que está pasando
ahora es más sorprendente aún”. Según Chesky, “la gente no va a ir en avión,
no va a viajar por trabajo, ni quiere quedarse en hoteles llenos de gente, pero
sí quiere viajar. Hay un deseo fundamental de viajar, de conectar, de conocer el
mundo y nada puede pararlo”.
Si antes veinte ciudades constituían la mayoría del negocio de Airbnb, ahora
ninguna de ellas capta más del 2% de las reservas de la empresa. “Hay una
redistribución de destinos, en vez de concentrarse en veinte destinos turísticos,
la gente empieza a explorar pequeñas comunidades cercanas. Lugares que tal vez
están a un tanque de nafta de distancia”.
Esto representa una oportunidad para Airbnb, que cuenta con una gran cantidad
de casas rurales en su plataforma, particularmente en mercados que no tienen
suficiente densidad para ser atendidos por grandes hoteles.
Otra de las tendencias que Chesky destaca de este último tiempo, es que viaje
y vivienda comienzan a unificarse. El confinamiento, producto de la pandemia,
fomentó el interés por nuevos lugares donde asentarse. “Dejar la ciudad y explorar
otros destinos para vivir” parecería ser una de las ventajas valoradas por quienes
pueden sostener la variable del trabajo remoto. Al mismo tiempo, el que las
universidades no pudieran abrir los campus también cambió los planes de una
gran cantidad de estudiantes que soñaban con varios años lejos del hogar y que
resolvieron mudarse en grupo a un Airbnb, apoyados por sus progenitores que ya
se habían ilusionado con recuperar un espacio en la casa.
El COVID-19 y el protocolo de seguridad que este exige no es el único desafío que
enfrenta la compañía. Tras reiteradas denuncias por permitir actitudes racistas en
la plataforma, Chesky comentó: “Tenés que ser responsable por la actividad que
ocurre en tu plataforma porque a veces las herramientas que le das a la comunidad
no son suficientes para que lo haga por sí misma. La discriminación existe en
el mundo y por lo tanto también en nuestra plataforma. Trabajamos mucho el
tema con grupos especializados”. Así nació Project Lighthouse, una iniciativa que
Airbnb anunció que lanzaría por estos días en Estados Unidos para identificar,
medir y vencer la discriminación en las reservaciones. “Cuando podamos medirlo,
vamos a poder reducirlo. Es un desafío a largo plazo pero queremos afrontarlo”,
aseguró el CEO.
El concepto de “Ciudad de los 15 minutos” o “Ciudad del cuarto de hora” es el
nombre del proyecto presentado por el profesor de Universidad de La Sorbona,
Carlos Moreno, para mejorar la vida de los habitantes y reducir la contaminación.
Fue puesto en marcha por la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, justo antes de
que se declarara la pandemia, pero el contexto COVID se transformó en el mejor
escenario para dar muestra de sus beneficios.
Moreno define a la “Ciudad de 15 minutos”, como aquella en donde los habitantes
tienen acceso a todos los servicios que necesitan para vivir, aprender y prosperar
en sus inmediaciones. Es un concepto de ciudad que va en dirección opuesta al
urbanismo moderno donde las áreas están segmentadas por actividad (oficinas,
residencias, compras). “Es un intento de reconciliar a la ciudades con quienes
la habitan porque se ha perdido una de las cosas más importantes de la vida: la
noción del tiempo útil”, sostiene el urbanista que acaba de publicar el libro Vida
urbana y proximidad. “Vivimos en una burbuja con la ilusión de la aceleración
pero nos la pasamos atrapados en el tráfico”.
Los cuatro principios que guían el proyecto son:
1. Ecología: una ciudad verde y sustentable. 2. Proximidad: distancia reducida entre actividades. 3. Solidaridad: crear lazos entre la gente. 4. Participación: los ciudadanos deben involucrarse activamente en la
transformación del vecindario.
“No se trata de volverse rurales. La vida urbana es vibrante y creativa. Las ciudades
son espacios de dinamismo económico e innovación, pero debemos hacerlas más
placenteras, ágiles, saludables y flexibles”, asegura Moreno y resalta que para
lograrlo las ciudades deben adaptarse a la gente y no al revés.
Para París esto significó una descentralización masiva y el desarrollo de servicios
para cada distrito, redistribución del tránsito a través de bicisendas, nuevos
modelos económicos que benefician a los negocios locales y la transformación
de viejas estructuras en centros para nuevas actividades comunitarias. “La regla
de oro es que los metros cuadrados ya construidos deben reutilizarse”.
Como respuesta frente al cambio climático también presenta un punto fuerte:
resolver a pie o en bicicleta nuestras necesidades y actividades frecuentes disminuye
radicalmente las emisiones de CO2. “Nuestra aceptación de las disfuncionalidades
de las ciudades modernas llegó a su tope. Tenemos que cambiarlo por nuestra
salud, bienestar y cuestiones ambientales”, concluye Moreno.
Le hemos pedido mucho a nuestros hogares en los últimos meses. Además de
convertirse en un refugio seguro, le exigimos funcionar como oficina, escuela, patio
de recreo, gimnasio, restaurante y cine. Los anuncios indican que continuaremos
pasando más tiempo en casa, al menos por el momento. Para Ryan Reynolds esto
se volvió insostenible y, como padre de tres, se hartó de tener que hacerse cargo
del seguimiento escolar de sus hijas. Por eso desarrolló una variedad para su gin
Aviator y la llamó Home School Edition. El mismo sabor pero en botella muuucho
más grande para poder enfrentar los meses que quedan de lockdown.
“‘Es hora de volver a la escuela’, este año tiene un significado completamente
nuevo”, dice Reynolds en el <comercial> que el gin posteó en Instagram en septiembre, momento de reinicio
de ciclo escolar en el hemisferio norte. Debajo, un texto reza “Aviation Home
School Edition. No solo un orgulloso patrocinador oficial de las Reuniones de
Padres-Gin; también funciona como regla de 14 pulgadas o como cubilete de 0,4
galones”. En el spot, Reynolds asegura que su ginebra puede “ayudar con una
variedad de materias: geografía de cuarto grado, las putas matemáticas nuevas,
¡quién sabe lo que es eso!, y volver sobre tus propios traumas olvidados de la
secundaria”.
El actor no es solo una celebrity en un comercial. Reynolds compró la marca
en 2018 porque le gustaba tanto que no dejaba de pensar en cómo ayudarla a
crecer. Recientemente la vendió por 610 millones de dólares a Diageo, la misma
empresa que le había comprado el tequila Casamigos a George Clooney, Rande
Gerber (marido de Cindy Crawford) y Mike Meldman, en 2017, por un billón de
dólares. “Parece que no soy tan Clooney como pensaba”, bromeó Reynolds en el
anuncio.